Tuesday

Cinco, seis, tal vez siete años

Por Fabián Casas

Para Baltazar Vega,
cuando pueda leerlo

“You only have to read the
lines as scribbly black, and
everthings shines!”, Matilda

Mother. Syd Barrett.


Primero hago el piso. Línea recta larga, larga. Hasta acá. Así. Así es. Esto es suelo. Donde piso yo, mamá, Sergio. Línea recta hacia allá. Listo. Ahora cielo. Grande, grande. Cielo azul, sin nubes. Cielo con sol. Hago casa. Mamá está en la casa. Sergio no. Mamá está sentada a la mesa dentro de la casa. Sergio no. Mamá camina por la casa. La casa es alta, muy alta. Como Sergio. No como yo. Mamá cocina en la cocina de la casa. Mamá lava los platos azules en la casa alta, muy alta. Mamá me quiere adentro de la casa alta. Sergio nos quiere adentro de la casa. Yo los quiero. Las ventanas de la casa están bien arriba, casi en el cielo. Arriba, muy alto. Lejos de la calle sucia. En la casa hay un recuadro. Lo hago. Así. Así. En ese recuadro vivo yo. Mamá viene todas las noches y me da un beso. Me tapa con la sábana. Todas las noches. Me duermo y mamá está ahí. Los dos estamos en el recuadro. Mamá tiene un recuadro igual donde vive con Sergio. Lo hago. Así. El recuadro está lleno de agua. Yo vivo en el agua también. Tenemos, cada uno, recuadros llenos de agua. Es para cuando la casa se caiga, es para cuando la casa se caiga.
Atravesamos los largos pasillos con olor a pis. Ayer vinimos en colectivo pero yo me sofoqué y empecé a vomitar. El colectivo estaba lleno. Una mujer le decía a mamá pobrecito, pobrecito. Mamá no decía nada. Mamá parece enojada para los demás pero para mí no se enoja. Yo quise sacar el boleto. Después me arrepentí y me quedé callado con la plata en la mano. El colectivero me miraba y me preguntaba qué quería. Mamá me sacó la plata de la mano y se la dio al colectivero. Mamá pagó, después me agarró de la mano y dijo acá, Tuti, y me hizo un lugar a la ventanilla. Hacía frío y estaba el colectivo cerrado y empezó a subir gente y a moverse cada vez más y yo empecé a sentir la panza revuelta. Qué pasa, Tuti, qué pasa, decía mamá. Mamá tiene una voz gruesa. La tía Susana tiene una voz linda. El doctor Lavena tiene una voz increíble. A veces me da miedo, pero no le digo nada a mamá. Por eso hoy mamá le pidió a Sergio que nos trajera con el auto. El auto es grande, verde. Así. Tiene un piso con agujeros por donde Sergio saca sus pies para poder hacerlo avanzar. Así. Mamá vino a la pieza y me despertó. Me puso la ropa y me lavó la cara. Después yo solo fui a la cocina. Estaba Sergio en la luz. La taza humeaba. A veces, por las noches, Sergio me lee Bufalito. Bufalito es un vaquero muy lindo. Vive en el Lejano Oeste. Hola Hombrecito, dice Sergio. Me levanta y me da un beso. Raspa. Huele a café. Mamá huele a jabón. Tomamos la leche. Mamá le pregunta a Sergio cosas de su trabajo. Si va a buscar a un hombre a donde salen y vienen los aviones, si lo va a acompañar a recorrer la ciudad. Sergio dice que el hombre es un bodrio. Me gusta esa palabra, le digo a Calaguali que la recuerde por si me la olvido. Tenemos una caja con palabras que fuimos recolectando con Calaguali: Pecado, Caniche, Hortaliza, Gusano, Torre, Corcel, Sangre, Luz negra, Esperanza. Esperanza es una palabra pero también es una chica de la televisión.
Mamá se para. Parece siempre apurada. Veni, Tuti, me dice. Lavate los dientes. Pone un banco y me sube arriba. En el baño está la estufa eléctrica encendida. Me sofoco. Ganas de devolver todo. Pienso en Bufalito, en cómo se enfrenta a los peligros de vivir en el Oeste. Mamá me da agua y me dice que me enjuague. Ayer mordiste el tocadisco otra vez, dice mamá. Te gusta la madera no. La música me da ganas de morder, digo. Tuti, no quiero que te rompas los dientes, dice mamá. Me pone la campera roja, con capucha. Hace frío, Sergio, dice. Es invierno, dice Sergio. Sergio se pone el sobretodo azul que me gusta. A veces lo toco. El otro día me regaló una caja con terrones de azúcar de todos colores. Escuchame, Sergio, le digo, hoy me podés traer chocolate. Lo que quieras, Hombrecito, dice Sergio mientras se adelanta y abre la puerta. Mamá grita desde el baño. Pero cómo volvió al baño. Si estaba adelante. No entiendo qué grita, pero Sergio le dice sí, no te preocupes. Escuchame, Sergio, vos vas a manejar no, le digo. Salimos a la calle. Hay sol y ruido. Hay viento y frío. Hay olor a puré. Sergio me alza. Escuchame Sergio, quiero caminar, le digo. No, Hombrecito, no hay tiempo, me dice. Abre la puerta verde. Adentro de la puerta hay asientos blancos y olor a limón. Adelante no, dice Sergio. Adelante va mamá, dice. Escuchame, Sergio, le pregunto, nos vas a pasar a buscar después del hospital. No puedo, Hombrecito, tengo que trabajar. Pero en el colectivo me sofoco y devuelvo, le digo, mientras siento un calor que sube desde la panza. Entonces se toman un taxi con mamá, dice Sergio. Yo tengo que ir a buscar a un escritor al aeropuerto, donde vienen los aviones, dice Sergio. Me pongo a llorar. La voz de mamá en un costado de la cara. Por qué llora, dice. Porque quiere que los pase a buscar cuando salgan del hospital, dice Sergio. Basta, Antonio, me dice. Dejo de llorar. Sergio arranca el auto. Primero despacio, después cada vez más fuerte. Yo veo cómo mueve los pies y lo hace avanzar. Qué dice el doctor Lavena, dice Sergio. Después hablamos, dice mamá. Pero sí o no, dice Sergio. Después hablamos, dice mamá. Escuchame, mamá, el doctor Lavena sabe música, le digo. Mamá gira la cabeza. Mamá tiene una larga cabellera roja. No sé, Tuti, pero le podemos preguntar, dice.
Mamá camina rápido. Me lleva alzado. Escuchame, mamá, le digo, dejame caminar a mí. No, dice, no quiero que llegues agitado al consultorio del doctor Lavena. Dice: te acordás cómo te agitaste ayer y vomitaste en el colectivo y después con el doctor. Fue una vergüenza. Dice: ya llegamos. Cada vez pesás más vos, eh. Pasillos largos con olor a pis. Mucha gente que se cruza entre nosotros. Ruido. Hay un motor funcionando en algún lado. Escuchame, mamá, qué motor suena, digo. Motor, pregunta mamá, yo no escucho ningún motor, dice. Siento la respiración de mamá en mi cara. El cuerpo de mamá, grande, fuerte. No raspa. Hay una puerta, adentro de la puerta hay mesas, sillas y más gente. Acá también hay motor. La conocen a mamá. La saludan y me hacen un lugar. Mamá me deja sentado y se pone a hablar con una mujer que está sentada frente a una mesa. Salvo mamá, todos están sentados. Mamá, mamá, le grito. Escuchame, mamá, sentate acá, le digo. Están todos sentados, le digo. Siento de nuevo al calor que sube desde la panza. Todos se ríen. Me agito. Ya voy, Antonio, esperá que tengo que hablar con la señora, dice mamá. Ya viene, mami, me dice una viejita que está sentada al lado de otra viejita que está sentada al lado de una nena. Cuántos años tenés, Antonio, me pregunta la viejita. Le hago con las manos. En serio, dice la viejita, entonces ya vas a la escuela primaria. Te gusta la escuela, dice la viejita. El calor sube y sube, está en la garganta. A Calaguali le pasa lo mismo, él me lo dijo. Y también, cuando duerme, le duele la cabeza. No, Calaguali va, le digo. Guali, pregunta la viejita. Calaguali, le repito. Pero vos no vas, pregunta la viejita. La viejita de al lado le dice algo al oído. Bueno, bueno, dice la viejita. La nena me mira fijo. Me mira muy fijo. Tiene ojos negros y brillosos. Yo la miro pero entonces vuelve mamá y me alza. Vamos, Tuti. Mamá tiene olor a jabón y miel. Otra puerta más y adentro de la puerta está todo blanco y no hay sonido. Hay olor a algo. Me agito más. Mamá se va a enojar. Se va a enojar. Bufalito no tuvo miedo y domó el caballo del tío Billy, allá en el rancho de Yonapatagua. Pienso en eso y me doy fuerzas para no vomitar. Un pared muy blanca. No hay sonido. Y de golpe, de la pared, así, así, increíble, aparece el doctor Lavena. Es como un héroe, con el pelo negro brilloso peinado hacia atrás, el guardapolvo blanco. Hola, Tuti, me dice. Hoy estás más tranquilo, me dice. Mirá lo que te traje, dice. Tiene la revista de Los Titanes del Coco, en colores, como la anuncian en la tele. Qué se dice, Antonio, dice mamá. Gracias. El doctor Lavena vuela por el consultorio propulsado por unas botas de las que sale fuego, como uno de los Titanes. Igualito. La alza a mamá en brazos y la deja sobre una silla. Me alza en brazos y me pone sobre la camilla. Tuti, dice, sacate el pulovercito y la remera. Lo sé hacer. Despacio, despacio. El calor está bajando de la garganta al pecho. Estás agitado, dice el doctor Lavena. El pelo es brilloso y huele a menta. Escuchame, doctor, le digo, no va doler, no. No, Tuti, cuándo te hice doler, decime, dice el doctor Lavena. Sus manos están frías, me pone el aparato en la espalda y escucha. Después lo pone en el pecho. Respirá, dice, respirá hondo, dice. Después agarra otro aparato y lo pasa por mi cuello. Está frío. Le pregunta a mamá si me despierto irritable. Irritable, le digo a Calaguali que guarde esa palabra. A veces, dice mamá desde su silla. Tiene dolores de cabeza, pregunta el doctor Lavena. Hace semanas que no tiene. Acostate, Tuti, me dice. No, así no, boca abajo, dice. La camilla tiene olor a menta. Me pone el aparato frío por la espalda. Hay un ruido como el del autito que me trajo Sergio. Hay más inflamación, dice el doctor Lavena. No sé si me lo dice a mí o a mamá. Pero me quedo callado por las dudas. Después él y mamá pasan del otro lado de la tela que está pegada a la camilla. Hablan de algo pero no los escucho bien porque hablan muy bajo, para que yo no los escuche. Escuchame, mamá, por qué hablan bajo, les digo. Antonio, estoy hablando cosas de grande con el doctor Lavena, dice mamá. Detrás de la tela está la mesa donde se sienta el doctor Lavena, como la que tiene Sergio en su pieza y donde se sienta a leer y a trabajar en sus cuentas. A veces me despierto en medio de la noche y voy al baño y Sergio está con la luz prendida, la luz chiquita que yo también tengo en mi mesita de noche y a veces también mamá está despierta con él, dándole mates. Entonces yo les pregunto qué están haciendo y mamá dice: Sergio está haciendo las cuentas. Y eso me da felicidad. Estamos los tres a salvo de los enemigos, en nuestro escondite, como el que tienen Los Titanes del Coco, con el escudo de energía invisible activado y ningún enemigo puede entrar a la casa aunque sea de noche. Ahora mamá sale de atrás de la tela y tiene los ojos rojos, como si hubiera estado llorando. Tendrían que ver a mamá llorando, es un espectáculo. La otra noche nos bañamos juntos ella y yo y de golpe se puso a llorar y el agua enjabonada de la bañadera se puso salada por las lágrimas de mamá. Vamos, Antonio, ponete la ropa. Una vez Sergio me puso un pullover sin nada abajo y tuve ronchas por todo el cuerpo, y picazón. Bueno, nos vemos el viernes para los análisis de sangre, dice el doctor Lavena. Y mamá casi no le contesta, sólo le hace señas con la cabeza, como hace el pájaro de los dibujitos que sube y baja picoteando la madera, pero más lenta, mamá es más lenta.
Sergio me dijo ayer que después de la operación voy a poder ir al colegio como los demás chicos. Me preparo para cuando llegue ese momento. Salvo con mis primas, Mabel e Irene, no hablo con muchos chicos como yo. Pero los veo por la calle, los veo en la tele, somos casi parecidos. Escuchame Sergio, la operación va a doler, le pregunto. Ni te vas a dar cuenta, Hombrecito, me dice. Te duermen y cuando te despertás ya estás sano otra vez, dice. Escuchame, Sergio el doctor Lavena me va a operar, le pregunto. Sí, el doctor Lavena, que te quiere mucho te va a operar y además es muy bueno operando nenitos, me dice. La otra noche soñé con el doctor Lavena, él y mamá iban caminando de la mano por el hospital. Se veían contentos. Pero esto no se lo cuento a Sergio. Hay cosas que pasan que no se las cuento a nadie. Bah, sólo las hablo con mi Calaguali.
La otra noche yo y mi Calaguali hicimos cosas raras, los dos nos bajamos los calzoncillos, nos pusimos de espaldas y nos frotamos las colas.
Después me vino fiebre y mamá se enojó porque me vio agitado. Pero no le dije nada de Calaguali. Después de la operación, cuando tenga que ir al colegio como todo el mundo, un día de esos, le voy a contar de mi Calaguali.
Hígados y fideos. No me gusta. Pero mamá dice que tengo que ponerme fuerte. Mamá me corta el hígado. Lo corta en pedazos cuadrados, a los que vuelve a cortar hasta que son muy chiquitos. Comé todo, Hombrecito, me dice. Mamá y Sergio comen hígado pero con más salsa. Escuchame, mamá, no puedo comer igual que ustedes, le digo. No, Tuti, porque la salsa tiene vino. El vino no deja crecer a los chicos, dice Sergio. No digas estupideces, le dice mamá. Mi viejo me decía eso, dice Sergio. Después de comer mamá me lleva al baño, pone el banco de madera y me hace subir encima. Mi cabeza, grande, en el espejo. Mi mamá me mima y me besa mientras me hace lavar los dientes y las manos. Quiero ver con ustedes, le digo. Un rato, dice mamá, y después te vas a dormir. Sergio está sentado en el sillón y ya prendió la tele. Escuchame, Sergio, después vas a hacer las cuentas, le pregunto. No, Hombrecito, hoy trabajé mucho y estoy cansado, después de la serie nos vamos todos a dormir. El no va a ver toda la serie completa porque siempre termina acostándose muy tarde, dice mamá mientras trae almohadones para sentarse encima. Nunca le alcanzan los almohadones para sentarse encima. Mamá manda, me dice Sergio mirándome fijo. Ahí empieza, dice mamá, callensé. Mamá, te quiero, no quiero que nunca te pase nada de nada. Cuando sea grande, mamá, voy a trabajar de actor en esta serie y vos vas a estar muy contenta de mí, mamá. Otra vez Falconetti, grita mamá. Cuando aparece en la serie Falconetti las cosas se ponen mal. A mí a veces me hace llorar y mamá se enoja por dejarme ver la serie. El hermano rico y el hermano pobre son separados desde muy chicos, como si ahora alguien me separara a mí y a mi Calaguali y nunca nos volviéramos a ver. O peor, nos volvemos a ver pero no sabemos quiénes somos, no sabemos que una vez vivimos juntos y éramos hermanos. Y siempre está Falconetti siguiéndonos para lastimarnos. Falconetti es muy malo. Es, como dice la Tía Susana, la piel de Judas.
Otra vez los ojos rojos de mamá. La tía Susana y ella estaban hablando en la cocina y cuando entré se quedaron calladas, las sorprendí. Falconetti anoche sorprendió al Hombre Pobre. Sergio me preguntó: pero cómo no se dio cuenta de que estaba Falconetti esperándolo. Es verdad, yo también estuve pensando en eso.
Antonio, dice mamá, querés que la tía Susi te lleve con el tío Carlos a la Costanera. La tía Susana es la única persona –además de Sergio– con la que mamá me deja salir. Sí, digo, sí. Bueno, vamos a vestirnos que hay sol, dice mamá. Porque después empieza a hacer frío temprano. El puloversito, los vaqueros, como los de Bufalito, la campera roja con capucha. Mamá me ajusta la ropa, me la mete por dentro de los pantalones. Las medias me pican, le digo. Son ideas tuyas, me dice. Me pican, le repito. Me las saca y me pone otras. Están son lindas y no pican. Estoy listo. Me siento en la cocina con mamá y la tía Susi. Al rato llega el tío Carlos. Soy feliz. La tía Susi es como las de la tele, con los pantalones azules, ajustados. El tío Carlos es grande, patilludo. Me gustan sus zapatos altos. El auto del tío Carlos huele a chocolate. La tía Susi lo abraza mientras él maneja. El maneja igual que Sergio. Pero la tía Susi y el tío Carlos hablan más. Mamá y Sergio no hablan mucho mientras van en el auto. De a ratos, el tío Carlos se da vuelta y me dice: mirá, Antonio, qué lindo día. Sí, sí, digo y no paro de mirar a las personas, los colores de la calle, los chicos como yo, los colectivos, todo es maravilloso aunque empiezo a sentir calor en el estómago. Eso empieza a subir. Entonces el tío Carlos estaciona el auto en la Costanera y bajamos. Me compran nieve y nos sentamos en un banco. Hay un montón de gente alrededor nuestro. Y adelante, con solo saltar, está el río inmenso y marrón. El río inmenso y marrón. Cuando me doy vuelta para contarles que el río es inmenso y marrón la tía Susana se está besando con el tío Carlos. Le mete la boca en la boca, se enganchan. El otro día se besaban así en la tele. Me como la nieve. Un nenito pasa con un hombre grande. El hombre lleva una caña de pescar. Van de la mano. El nenito me mira fijo como si yo tuviera algo que fuera de él. O como si me conociera. Tal vez nos conocemos. Cómo sé si Calaguali no lo conoce a él también. Giro la cabeza, están todavía con la boca en la boca. La tía Susana está encima del tío Carlos. Hacen un ruido raro. Pongo la vista en el río que es inmenso y marrón. El sol está brillando poderoso sobre el río. El sol tiene rayos largos que giran a toda velocidad y producen un efecto extraño en los ojos. El río se vuelve azul, el río se vuelve azul. Me doy cuenta de que el río es en verdad el mar escondido. Me quedo mirando fijo cómo el mar y el sol se besan como mi tía Susana y mi tío Carlos. Ellos hacen ruido. De golpe mi tía Susi se acerca, dejando a mi tío Carlos agitado sobre el banco en el que estamos sentados. Mi tío Carlos respira agitado como lo hago yo algunas veces. En esos casos mamá me pregunta, nerviosa: estás agitado, estás agitado. Mi tío Carlos es como un animalito vestido de hombre. Antonio, dice Susi. Qué, le pregunto. Se la volvió a encontrar, dice mi tía Susi. A quién, le digo. A la eternidad, dice mi tía Susi señalando el horizonte con el dedo. Es el sol mezclado al mar, dice. Asi que ella también sabe que el río es el mar cuando está escondido. Entonces mi tío Carlos me dice que volvamos al auto, que nos quiere llevar a un lugar encantado. Como los cuentos que me cuenta Sergio, pienso. Susi me alza y me pone en el asiento de atrás. Arrancamos. Vamos a un lugar encantado. Siento cosquillas en la barriga y en el pecho. Estamos a la par del río, que ahora, muy de a poco, vuelve a ser marrón. Y el tío Carlos está contento porque no para de cantar. Canta: tralalá, tralalá, la encontron a la eternidad, es el sol mezclado al mar. Y Susi se da vuelta y me mira y los dos nos reímos. Entonces el auto entra por un camino extraño, con muchos árboles altísimos. Ya no hay río, sólo árboles altísimos que se cruzan uno detrás de otro. Veo animales desconocidos que se mueven en sus copas. Hasta que bajamos por una rampa y terminamos en una playa inmensa donde hay muchos autos. Y hay gente adentro de los autos. Están unos al lado de otros. No me di cuenta porque las copas de los autos cubrían al sol pero ahora es totalmente de noche. En los otros autos hay gente que mira hacia el resplandor. El resplandor está frente a nosotros, contra el cielo estrellado. Este es un autocine al que a veces venía con mis papás, dice el tío Carlos. Te gusta, me pregunta. Le digo que sí con la cabeza. Oscureció y está haciendo frío, dice Susi. Por qué no volvemos, Carlos. Pará, pará, dice Carlos. Demos una vuelta más, dice. Arrancamos. En un auto hay unos nenitos rubios, brillantes, contra el resplandor. Sus papás están al volante, también rubios. Qué buena luna, dice Carlos. Si quiero apago las luces del auto, mirá, dice Carlos. Pará, dice Susi, manejá más despacio. Esquivamos a los demás autos y salimos de nuevo al camino de árboles. Mirá, Antonio, allá, allá, me grita Carlos. No lo puedo creer. Un inmenso tobogán donde la gente sube por unas escaleras con mantas en las manos para después tirarse sentada encima de ellas. Es el supertobogán, dice el tío Carlos. Todavía está habilitado, dice. Es como una montaña, tío, le digo. Sí, yo venía seguido acá, dice. Una vez se tiró un chico parado y se mató, me dice. Carlos, no le cuentes esas cosas al chico, le grita Susana mientras le pega con el puño en el brazo. Bueno, Tuti, la verdad no sé si eso no es un camelo, así que no me des bola, me dice. La gente se tira y brinca a medida que cabalgan las ondas del supertobogán. Como hace Bufalito con sus caballos. Volvamos a casa que se hizo tarde y la mamá va a estar preocupada, dice Susi. Carlos, volvamos a la casa que la mamá debe estar preocupada, le repite. Después de la operación, les digo, me voy a venir a tirar al supertobogán, Claro, mi amor, me dice mi tía Susana. Pero me voy a tirar parado y no me va a pasar nada, le digo. No parado no, dice Susana. Carlos se ríe. Ves las ideas que le metés al chico, le dice Susana. Pero Carlos no le contesta, tiene el auto parado con el motor en marcha, y mira cómo bajan y suben los chicos corcoveando en el supertobogán. Es genial, es genial, es genial, dice mi tío Carlos.
Supertobogán, pregunta Calaguali.
Sí, le digo. Es genial.
Vengán a visitar la casa del tío Lito. Es una de mis salidas preferidas con mamá. Cada mucho, mucho tiempo, mamá me dice: preparate, Antonio que vamos a la casa del tío Lito. Y Calaguali me dice: ojo Antonio. Me da risa porque me dice: ojo Antonio y hace este gesto y me dice ojo, Antonio, que en la casa del tío Lito está escondida La yegua de La Noche. Lo dice así, con voz seria y a mí cada vez que mi Calaguali pone esa voz en vez de darme miedo me da risa. Y mamá me pregunta: de qué te reís, Tuti, pero yo no le cuento nada de mi Calaguali porque ella no está preparada para conocerlo. Tal vez despés de la operación sí. Así que una tarde, después de comer, salimos para la casa del tío Lito con mi mochila a cuesta. Vamos en taxi. Sergio nunca nos lleva y mamá ya no quiere que suba al colectivo. Cuando te pongas mejor, después de la operación, vamos a andar en colectivo y en subterráneo las veces que quieras. Nunca anduve en subterráneo, pero mamá y Sergio me contaron que es un tren que va por debajo de la tierra más rápido todavía de lo que se mueve Milman, uno de los Titanes del Coco. Eso es increíble. Porque Milman puede estar en muchos lados a la vez, súper rápido, como cuando defendió él solo la Fortaleza de la Amistad de los ataques de los Hombres de Mármol. Es increíble la historia de Milman. Un día lo descubrieron tirado en la calle y nadie sabía de dónde había venido ni dónde había estado, nadie lo conocía y él apenas podía hablar, a pesar de ser ya un hombre joven. Y la gente pensaba que lo habían tenido escondido o encerrado en algún lado. Y una tarde Milman descubre que, aunque no puede recordar de dónde viene, sí siente que tiene superpoderes. En realidad todos tenemos superpoderes, eso le digo siempre a mi Calaguali, pero es difícil darse cuenta. De Los Titanes del Coco, de sus vidas, hablo con el Tío Lito cuando lo vamos a visitar. Y él hasta me regaló un video con las aventuras de ellos: Los Titanes del Coco, contra los Androides Paranoicos. El tío Lito es un hombre alto, grande, grande, con una barba espesa y blanca, como Papá Noel y se ve que la quiere mucho a mamá porque mamá también lo quiere mucho a él. Si alguien te quiere, vos lo querés. Es así. Pero él me quiso primero, me dice siempre mamá cuando habla del tío Lito. Y eso es verdad porque el tío Lito nació antes que mamá y él la conoció cuando ella estaba trabajando en un negocio y para mamá el tío Lito es casi como su padre, ya que los padres de mamá están en el cielo. La casa del tío Lito es inmensa, con muchos patios que suben y bajan y escaleras con un olor intenso, como a carbón. Y cuando vamos salen a recibirnos una multitud de gatos que el tío Lito tiene en la casa. Gatos de todos los colores y tamaños. Y a veces en el patio hay un olor horrible del pis de los gatos y de la caca de los gatos y mamá se enoja con el tío Lito porque tiene todo sucio. Mamá limpia la casa del tío Lito. Con agua y jabón, con baldes y con escobas, mamá limpia la casa del tío Lito. Se pone unas botas amarillas que no le mojan los pies y que hacen juego con el sol. Y después le prepara una palangana con agua caliente y sal para que el tío Lito se lave los pies. No porque los tiene sucios, me explica él, sino porque le gusta tener los pies en agua caliente y sal. Toda la gente debería, Antonio, poner los pies un rato largo por día en agua caliente y sal. Porque en la planta de los pies está el secreto que nos hace funcionar. Y si la tenemos suave y cuidada, nos vamos a sentir mejor, me dice, cada vez que me le acerco cuando está con los pies en la palangana y sale junto con el vapor ese olor tan lindo que es el olor del tío Lito.

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Wittgenstein y el lenguaj





Por


Juan Rodes


Ludwig Wittgenstein (1889-1951), filósofo inglés nacido en Austria. Escéptico de la filosofía, aunque encuentra en ella algo que merece rescatarse. En cuanto a la metafísica, la parte de la filosofía relacionada a la naturaleza y los principios fundamentales de la realidad, dice que sumerge al filósofo en la oscuridad más completa. Su falta de compromiso con la Filosofía, no lo descalifica como filósofo pero si lo convierte, como a Nietzsche, en una figura incómoda.


Para él la filosofía no es un conocimiento, es una actividad que tiene por objeto aclarar las proposiciones gramaticales. Hace de la filosofía un análisis del lenguaje. La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.


Para él lenguaje son todas las proposiciones gramaticales y cada una de éstas representa un estado de cosas, siempre que sea sensata y no tenga un carácter exclusivamente lógico. El lenguaje es como escribir con jeroglíficos donde los hechos descritos tienen un sentido figurado aún en la escritura alfabética. Pero las imágenes no son la copia de un hecho sino el hecho mismo.


En su libro “Tractatus Logico-Philosophicus” trata de demostrar que la filosofía tradicional está basa en una confusión sobre “la lógica de nuestro lenguaje”. Reconoce que hay muchos lenguajes distintos con muchas estructuras distintas que pueden servir a necesidades específicas muy diferentes. Lo que da unidad al lenguaje no es su estructura lógica, ya que éste consiste en una multiplicidad de estructuras más sencillas o “juegos de lenguaje”.


Wittgenstein acepta un carácter práctico del lenguaje. No se trata de buscar estructuras lógicas sino el comportamiento de quienes lo usan. Lo importante es cómo aprendemos a hablar y para qué nos sirve. El significado de las palabras y el sentido de las proposiciones están en su función, su uso en el lenguaje. El significado de una palabra o el sentido de una proposición son equivalentes a su uso. Como los usos son muchos y de muchas formas, el uso correcto se determina por el contexto a que pertenezca, el cual siempre es un reflejo de la forma común de vida de quienes lo hablan, lo cual lleva a varios “juegos del lenguaje” que no comparten una esencia común; tienen en cambio, un parecido familiar. Lo absurdo de una proposición es usarla fuera de su propio lenguaje.


El lenguaje así queda constituido por un conglomerado de juegos regidos por sus propias reglas. El criterio para saber si seguimos las reglas correctas son el uso habitual de la comunidad que lo utiliza. Los juegos del lenguaje corresponden a una colectividad, no a un solo individuo. Términos mentales como “dolor”, que todos sabemos lo que significa, no podemos saber si el otro llama dolor a lo mismo.


Hacer filosofía es enredarse en un juego de lenguajes cuyas reglas no están determinadas porque es a la misma filosofía a la que pretende establecer esas reglas, cayendo en una especie de círculo vicioso. La misión de la filosofía para Wittgenstein es “luchar contra el embrujo de nuestro entendimiento por medio del lenguaje”. Hay dos clases de dificultades, las confusiones con el lenguaje y las tendencias esencialistas buscando lo universal. El problema consiste en los términos filosóficos empleados como “verdad”, “mundo”, “realidad”, “tiempo”. Son expresiones que originan imágenes mentales que nos llevan a pensar que con tales imágenes ya tenemos el significado de las expresiones. Filosofar es “luchar contra el embrujamiento del entendimiento por parte de los medios de nuestro lenguaje”.


En sus “Investigaciones filosóficas” Wittgenstein insiste en los diferentes usos de símbolos, palabras y proposiciones. A la filosofía corresponde ofrecer una visión clara de los múltiples usos para eliminar los rompecabezas filosóficos, resultantes de la insuficiente atención al funcionamiento del lenguaje, para lo cual habría que reconstruir cuidadosamente los pasos lingüísticos que llevaron a ellos. Así concibió Wittgenstein la filosofía como una práctica descriptiva, analítica y hasta terapéutica. Llegó a considerar el problema cuerpo mente como incomprensión del lenguaje.


Afirma que el lenguaje tiene que ser aprendido como proceso para inculcar e instruir, ya que el niño, al aprender un lenguaje, es iniciado en una forma de vida compuesta por todo el complejo de las circunstancias naturales y culturales presupuestas en nuestro lenguaje y forma de entender el mundo. En las notas escritas al final de su vida, posteriormente publicadas como “Sobre la certeza”, insiste en que toda creencia forma parte de un sistema de creencias que en conjunto constituyen una visión del mundo.


Wittgenstein no reconoce una “inmaculada percepción”, neutra y pasiva, como la relación entre la cosa y la mirada, porque en la acción de percibir existe un “pensamiento que suena en el acto de ver”, un ver siempre cargado de teoría. Por otra parte, acepta que hay conocimiento real pero siempre disperso y no necesariamente fiable. Está conformado por lo que hemos oído y leído, por lo que nos han inculcado y por nuestras modificaciones a todo ello. Por lo tanto, tampoco hay razón para dudar de un cuerpo heredado de conocimiento.

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The Dawn Of Man



    A cave is inhabited by a group of apelike creatures. One morning, they awake to find standing outside the cave a massive black monolith. The viewer knows that it has been placed there by aliens to initiate the apelike creatures’ development into humans. Almost immediately, we see the effects take hold as one ape curiously plays with a skeleton, detaches a bone, and suddenly realizes that this bone can serve as a tool or a weapon, allowing him to bludgeon a rival ape to death. The implication here is that knowledge, technology, evolution, and advanced forms of violence are all intertwined.

    -the philosophy of Stanley Kubrick

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Monday

“The one you love and the one who loves you are never, ever the same person.”
—     Chuck Palaniuk

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Eres la música, mientras la música dura.
-T.S. Eliot.

Saturday


Tomen aire

Chuck Palahniuk



Tomen tanto aire como puedan. Esta historia debería durar el tiempo que logren retener el aliento, y después un poco más. Así que escuchen tan rápido como les sea posible.

Cuando tenía trece años, un amigo mío escuchó hablar del “pegging”. Esto es cuando a un tipo le meten un pito por el culo. Si se estimula la próstata lo suficientemente fuerte, el rumor dice que se logran explosivos orgasmos sin manos. A esa edad, este amigo es un pequeño maníaco sexual. Siempre está buscando una manera mejor de estar al palo. Se va a comprar una zanahoria y un poco de jalea para llevar a cabo una pequeña investigación personal. Después se imagina cómo se va a ver la situación en la caja del supermercado, la zanahoria solitaria y la jalea moviéndose sobre la cinta de goma. Todos los empleados en fila, observando. Todos viendo la gran noche que ha planeado.

Entonces mi amigo compra leche y huevos y azúcar y una zanahoria, todos los ingredientes para una tarta de zanahorias. Y vaselina.

Como si se fuera a casa a meterse una tarta de zanahorias por el culo.

En casa, talla la zanahoria hasta convertirla en una contundente herramienta. La unta con grasa y se la mete en el culo. Entonces, nada. Ningún orgasmo. Nada pasa, salvo que duele.

Entonces la madre del chico grita que es hora de la cena. Le dice que baje inmediatamente.

El se saca la zanahoria y entierra esa cosa resbaladiza y mugrienta entre la ropa sucia debajo de su cama.

Después de la cena va a buscar la zanahoria, pero ya no está allí. Mientras cenaba, su madre juntó toda la ropa sucia para lavarla. De ninguna manera podía encontrar la zanahoria, cuidadosamente tallada con un cuchillo de su cocina, todavía brillante de lubricante y apestosa.

Mi amigo espera meses bajo una nube oscura, esperando que sus padres lo confronten. Y nunca lo hacen. Nunca. Incluso ahora, que ha crecido, esa zanahoria invisible cuelga sobre cada cena de Navidad, cada fiesta de cumpleaños. Cada búsqueda de huevos de Pascua con sus hijos, los nietos de sus padres, esa zanahoria fantasma se cierne sobre ellos. Ese algo demasiado espantoso para ser nombrado.

Los franceses tienen una frase: “ingenio de escalera”. En francés, esprit de l’escalier. Se refiere a ese momento en que uno encuentra la respuesta, pero es demasiado tarde. Digamos que usted está en una fiesta y alguien lo insulta. Bajo presión, con todos mirando, usted dice algo tonto. Pero cuando se va de la fiesta, cuando baja la escalera, entonces, la magia. A usted se le ocurre la frase perfecta que debería haber dicho. La perfecta réplica humillante. Ese es el espíritu de la escalera.

El problema es que los franceses no tienen una definición para las cosas estúpidas que uno realmente dice cuando está bajo presión. Esas cosas estúpidas y desesperadas que uno en verdad piensa o hace.

Algunas bajezas no tienen nombre. De algunas bajezas ni siquiera se puede hablar.

Mirando atrás, muchos psiquiatras expertos en jóvenes y psicopedagogos ahora dicen que el último pico en la ola de suicidios adolescentes era de chicos que trataban de asfixiarse mientras se masturbaban. Sus padres los encontraban, una toalla alrededor del cuello, atada al ropero de la habitación, el chico muerto. Esperma por todas partes. Por supuesto, los padres limpiaban todo. Le ponían pantalones al chico. Hacían que se viera... mejor. Intencional, al menos. Un típico triste suicidio adolescente.

Otro amigo mío, un chico de la escuela con su hermano mayor en la Marina, contaba que los tipos en Medio Oriente se masturban distinto a como lo hacemos nosotros. Su hermano estaba estacionado en un país de camellos donde los mercados públicos venden lo que podrían ser elegantes cortapapeles. Cada herramienta es una delgada vara de plata lustrada o latón, quizá tan larga como una mano, con una gran punta, a veces una gran bola de metal o el tipo de mango refinado que se puede encontrar en una espada. Este hermano en la Marina decía que los árabes se ponen al palo y después se insertan esta vara de metal dentro de todo el largo de su erección. Y se masturban con la vara adentro, y eso hace que masturbarse sea mucho mejor. Más intenso.

Es el tipo de hermano mayor que viaja por el mundo y manda a casa dichos franceses, dichos rusos, útiles sugerencias para masturbarse. Después de esto, un día el hermano menor falta a la escuela. Esa noche llama para pedirme que le lleve los deberes de las próximas semanas. Porque está en el hospital.

Tiene que compartir la habitación con viejos que se atienden por sus tripas. Dice que todos tienen que compartir la misma televisión. Su única privacidad es una cortina. Sus padres no lo visitan. Por teléfono, dice que sus padres ahora mismo podrían matar al hermano mayor que está en la Marina.

También dice que el día anterior estaba un poco drogado. En casa, en su habitación, estaba tirado en la cama, con una vela encendida y hojeando revistas porno, preparado para masturbarse. Todo esto después de escuchar la historia del hermano en la Marina. Esa referencia útil acerca de cómo se masturban los árabes. El chico mira alrededor para encontrar algo que podría ayudarlo. Un bolígrafo es demasiado grande. Un lápiz, demasiado grande y duro. Pero cuando la punta de la vela gotea, se logra una delgada y suave arista de cera. La frota y la moldea entre las palmas de sus manos. Larga y suave y delgada.

Drogado y caliente, se la introduce dentro, más y más profundo en la uretra. Con un gran resto de cera todavía asomándose, se pone a trabajar.

Aun ahora, dice que los árabes son muy astutos. Que reinventaron por completo la masturbación. Acostado en la cama, la cosa se pone tan buena que el chico no puede controlar el camino de la cera. Está a punto de lograrlo cuando la cera ya no se asoma fuera de su erección.

La delgada vara de cera se ha quedado dentro. Por completo. Tan adentro que no puede sentir su presencia en la uretra.

Desde abajo, su madre grita que es hora de la cena. Dice que tiene que bajar de inmediato. El chico de la cera y el chico de la zanahoria son personas diferentes, pero tienen vidas muy parecidas.

Después de la cena, al chico le empiezan a doler las tripas. Es cera, así que se imagina que se derretirá adentro y la meará. Ahora le duele la espalda. Los riñones. No puede pararse derecho.

El chico está hablando por teléfono desde su cama de hospital, y de fondo se pueden escuchar campanadas y gente gritando. Programas de juegos en televisión.

Las radiografías muestran la verdad, algo largo y delgado, doblado dentro de su vejiga. Esta larga y delgada V dentro suyo está almacenando todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y dura, cubierta con cristales de calcio, golpea y desgarra las suaves paredes de su vejiga, obturando la salida de su orina. Sus riñones están trabados. Lo poco que gotea de su pene está rojo de sangre.

El chico y sus padres, toda la familia mirando las radiografías con el médico y las enfermeras parados allí, la gran V de cera brillando para que todos la vean: tiene que decir la verdad. La forma en que se masturban los árabes. Lo que le escribió su hermano en la Marina. En el teléfono, ahora, se pone a llorar.

Pagaron la operación de vejiga con el dinero ahorrado para la universidad. Un error estúpido, y ahora jamás será abogado. Meterse cosas adentro. Meterse dentro de cosas. Una vela en la pija o la cabeza en una horca, sabíamos que serían problemas grandes.

A lo que me metió en problemas a mí lo llamo “Bucear por perlas”. Esto significaba masturbarse bajo el agua, sentado en el fondo de la profunda piscina de mis padres. Respiraba hondo, con una patada me iba al fondo y me deshacía de mis shorts. Me quedaba sentado en el fondo dos, tres, cuatro minutos.

Sólo por masturbarme tenía una gran capacidad pulmonar. Si hubiera tenido una casa para mí solo, lo habría hecho durante tardes enteras.

Cuando finalmente terminaba de bombear, el esperma colgaba sobre mí en grandes gordos globos lechosos.

Después había más buceo, para recolectarla y limpiar cada resto con una toalla. Por eso se llamaba “bucear por perlas”. Aun con el cloro, me preocupaba mi hermana. O, por Dios, mi madre.

Ese solía ser mi mayor miedo en el mundo: que mi hermana adolescente virgen pensara que estaba engordando y diera a luz a un bebé de dos cabezas retardado. Las dos cabezas me mirarían a mí. A mí, el padre y el tío. Pero al final, lo que te preocupa nunca es lo que te atrapa.

La mejor parte de bucear por perlas era el tubo para el filtro de la pileta y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse allí.

Como dicen los franceses, ¿a quién no le gusta que le chupen el culo? De todos modos, en un minuto se pasa de ser un chico masturbándose a un chico que nunca será abogado.

En un minuto estoy acomodado en el fondo de la piscina, y el cielo ondula, celeste, através de un metro y medio de agua sobre mi cabeza. El mundo está silencioso salvo por el latido del corazón en mis oídos. Los shorts amarillos están alrededor de mi cuello por seguridad, por si aparece un amigo, un vecino o cualquiera preguntando por qué falté al entrenamiento de fútbol. Siento la continua chupada del tubo de la pileta, y estoy meneando mi culo blanco y flaco sobre esa sensación. Tengo aire suficiente y la pija en la mano. Mis padres se fueron a trabajar y mi hermana tiene clase de ballet. Se supone que no habrá nadie en casa durante horas.

Mi mano me lleva casi al punto de acabar, y paro. Nado hacia la superficie para tomar aire. Vuelvo a bajar y me siento en el fondo. Hago esto una y otra vez.

Debe ser por esto que las chicas quieren sentarse sobre tu cara. La succión es como una descarga que nunca se detiene. Con la pija dura, mientras me chupan el culo, no necesito aire. El corazón late en los oídos, me quedo abajo hasta que brillantes estrellas de luz se deslizan alrededor de mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de las rodillas rozando fuerte el fondo de concreto. Los dedos de los pies se vuelven azules, los dedos de los pies y las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.

Y después dejo que suceda. Los grandes globos blancos se sueltan. Las perlas. Entonces necesito aire. Pero cuando intento dar una patada para elevarme, no puedo. No puedo sacar los pies. Mi culo está atrapado.

Los paramédicos de emergencias dirán que cada año cerca de 150 personas se quedan atascadas de este modo, chupadas por la bomba de circulación. Queda atrapado el pelo largo, o el culo, y se ahoga. Cada año, cantidad de gente se ahoga. La mayoría en Florida.

Sólo que la gente no habla del tema. Ni siquiera los franceses hablan acerca de todo. Con una rodilla arriba y un pie debajo de mi cuerpo, logro medio incorporarme cuando siento el tirón en mi culo. Con el pie pateo el fondo. Me estoy liberando pero al no tocar el concreto tampoco llego al aire. Todavía pateando bajo el agua, revoleando los brazos, estoy a medio camino de la superficie pero no llego más arriba. Los latidos en mi cabeza son fuertes y rápidos.

Con chispas de luz brillante cruzando ante mis ojos me doy vuelta para mirar... pero no tiene sentido. Esta soga gruesa, una especie de serpiente azul blancuzca trenzada con venas, ha salido del desagüe y está agarrada a mi culo. Algunas de las venas gotean rojo, sangre roja que parece negra bajo el agua y se desprende de pequeños rasguños en la pálida piel de la serpiente. La sangre se disemina, desaparece en el agua, y bajo la piel delgada azul blancuzca de la serpiente se pueden ver restos de una comida a medio digerir.

Esa es la única forma en que tiene sentido. Algún horrible monstruo marino, una serpiente del mar, algo que nunca vio la luz del día, se ha estado escondido en el oscuro fondo del desagüe de la pileta, y quiere comerme.

Así que la pateo, pateo su piel resbalosa y gomosa y llena de venas, pero cada vez sale más del desagüe. Ahora quizá sea tan larga como mi pierna, pero aún me retiene el culo. Con otra patada estoy a unos dos centímetros de lograr tomar aire. Todavía sintiendo que la serpiente tira de mi culo, estoy a un centímetro de escapar.

Dentro de la serpiente se pueden ver granos de maíz y maníes. Se puede ver una brillante bola anaranjada. Es la vitamina para caballos que mi padre me hace tomar para que gane peso. Para que consiga una beca gracias al fútbol. Con hierro extra y ácidos grasos omega tres. Ver esa pastilla me salva la vida.

No es una serpiente. Es mi largo intestino, mi colon, arrancado de mi cuerpo. Lo que los doctores llaman prolapso. Mis tripas chupadas por el desagüe.

Los paramédicos dirán que una bomba de agua de piscina larga 360 litros de agua por minuto. Eso son unos 200 kilos de presión. El gran problema es que por dentro estamos interconectados. Nuestro culo es sólo la parte final de nuestra boca. Si me suelto, la bomba sigue trabajando, desenredando mis entrañas hasta llegar a mi boca. Imaginen cagar 200 kilos de mierda y podrán apreciar cómo eso puede destrozarte.

Lo que puedo decir es que las entrañas no sienten mucho dolor. No de la misma manera que duele la piel. Los doctores llaman materia fecal a lo que uno digiere. Más arriba es chyme, bolsones de una mugre delgada y corrediza decorada con maíz, maníes y arvejas.

Eso es la sopa de sangre y maíz, mierda y esperma y maníes que flota a mi alrededor. Aún con mis tripas saliendo del culo, conmigo sosteniendo lo que queda, aún entonces mi prioridad era volver a ponerme el short. Dios no permita que mis padres me vean la pija.

Una de mis manos está apretada en un puño alrededor de mi culo, la otra arranca el short amarillo del cuello. Pero ponérmelos es imposible.

Si quieren saber cómo se sienten los intestinos, compren uno de esos condones de piel de cabra. Saquen y desenrrollen uno. Llénenlo con mantequilla de maní, cúbranlo con lubricante y sosténganlo bajo el agua. Después traten de rasgarlo. Traten de abrirlo en dos. Es demasiado duro y gomoso. Es tan resbaladizo que no se puede sostener. Un condón de piel de cabra, eso es un intestino común.

Ven contra lo que estoy luchando.

Si me dejo ir por un segundo, me destripo.

Si nado hacia la superficie para buscar una bocanada de aire, me destripo.

Si no nado, me ahogo.

Es una decisión entre morir ya mismo o dentro de un minuto. Lo que mis padres encontrarán cuando vuelvan del trabajo es un gran feto desnudo, acurrucado sobre sí mismo. Flotando en el agua sucia de la piscina del patio. Sostenido por atrás por una gruesa cuerda de venas y tripas retorcidas. El opuesto de un adolescente que se ahorca cuando se masturba. Este es el bebé que trajeron del hospital trece años atrás. Este es el chico para el que deseaban una beca deportiva y un título universitario. El que los cuidaría cuando fueran viejos. Aquí está el que encarnaba todas sus esperanzas y sueños. Flotando, desnudo y muerto. Todo alrededor, grandes lechosas perlas de esperma desperdiciada.

Eso, o mis padres me encontrarán envuelto en una toalla ensangrentada, desmayado a medio camino entre la piscina y el teléfono de la cocina, mis desgarradas entrañas todavía colgando de la pierna de mis shorts amarillos. Algo de lo que ni los franceses hablarían.

Ese hermano mayor en la Marina nos enseñó otra buena frase. Rusa. Cuando nosotros decimos: “Necesito eso como necesito un agujero en la cabeza”, los rusos dicen: “Necesito eso como necesito un diente en el culo”. Mne eto nado kak zuby v zadnitse. Esas historias sobre cómo los animales capturados por una trampa se mastican su propia pierna; cualquier coyote puede decir que un par de mordiscos son mucho mejores que morir.

Mierda... aunque seas ruso, algún día podrías querer esos dientes. De otra manera, lo que tenés que hacer es retorcerte, dar vueltas. Enganchar un codo detrás de la rodilla y tirar de esa pierna hasta la cara. Morder tu propio culo. Uno se queda sin aire y mordería cualquier cosa con tal de volver a respirar.

No es algo que te gustaría contarle a una chica en la primera cita. No si querés besarla antes de ir a dormir. Si les cuento qué gusto tenía, nunca nunca volverían a comer calamares.

Es difícil decir qué les disgustó más a mis padres: cómo me metí en el problema o cómo me salvé. Después del hospital, mi madre dijo: “No sabías lo que hacías, amor. Estabas en shock”. Y aprendió a cocinar huevos pasados por agua.

Toda esa gente asqueada o que me tiene lástima... la necesito como necesito dientes en el culo.

Hoy en día, la gente me dice que soy demasiado delgado. En las cenas, la gente se queda silenciosa o se enoja cuando no como la carne asada que prepararon. La carne asada me mata. El jamón cocido. Todo lo que se queda en mis entrañas durante más de un par de horas sale siendo todavía comida. Chauchas o atún en lata, me levanto y me los encuentro allí en el inodoro.

Después de sufrir una disección radical de los intestinos, la carne no se digiere muy bien. La mayoría de la gente tiene un metro y medio de intestino grueso. Yo tengo la suerte de conservar mis quince centímetros. Así que nunca obtuve una beca deportiva, ni un título. Mis dos amigos, el chico de la cera y el de la zanahoria, crecieron, se pusieron grandotes, pero yo nunca llegué a pesar un kilo más de lo que pesaba cuando tenía trece años. Otro gran problema es que mis padres pagaron un montón de dinero por esa piscina. Al final mi padre le dijo al tipo de la piscina que fue el perro. El perro de la familia se cayó al agua y se ahogó. El cuerpo muerto quedó atrapado en el desagüe. Aun cuando el tipo que vino a arreglar la piscina abrío el filtro y sacó un tubo gomoso, un aguachento resto de intestino con una gran píldora naranja de vitaminas aún dentro, mi padre sólo dijo: “Ese maldito perro estaba loco”. Desde la ventana de mi pieza en el primer piso podía escuchar a mi papá decir: “No se podía confiar un segundo en ese perro...”.

Después mi hermana tuvo un atraso en su período menstrual.

Aun cuando cambiaron el agua de la pileta, aun después de que vendieron la casa y nos mudamos a otro estado, aun después del aborto de mi hermana, ni siquiera entonces mis padres volvieron a mencionarlo.

Esa es nuestra zanahoria invisible.

Ustedes, tomen aire ahora.

Yo todavía no lo hice.

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Friday

Japadog is such a preternaturally tight operation, I have absolutely no doubt that the St Marks branch is 100% Japadog nomness.

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"We've learned all we can from Georges Bataille. But we still have much to learn from Jean Genet".
Stephen Shaviro.

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Thursday

El germen Fellini
Por Martín Arias
& Marcelo Damiani

Hay una imagen que fascina a Fellini y que se repite, con variantes, en algunos de sus films más hermosos: Es la de una persona (o una figura humana) suspendida, mediante una cuerda o cable, de alturas formidables y peligrosas. Se trata, desde luego, del Cristo surcando los cielos de Roma en el asombroso comienzo de La Dolce Vita (1960), pero también de la sensacional aparición de Alberto Sordi en Lo sceicco bianco (1952), suspendido de un columpio que parece haber sido sujetado de las nubes, o la oscura cabeza de Venus emergiendo de un canal veneciano en Casanova (1976), y, por inversión, también podría agregarse a esta lista el hombre-cometa de 8½ (1963). Estas figuras colgantes son también imágenes introductorias; se encuentran, en efecto, poco más o menos al comienzo de cada película y constituyen su entrada, su inminencia. La inminencia es, en principio, el corte de la cuerda o del cable, ese punto en el cual la conexión habrá sido eliminada y la figura estará libre, pues resulta evidente que estos extraños seres flotantes, investidos e inflados por los atributos de lo espectacular —la gran espectacularidad del catolicismo romano, la módica espectacularidad de las fotonovelas románticas, la equívoca del carnaval y, naturalmente, la del cine mismo— desbordarán siempre aquello que los condiciona: Siempre será difícil retener a esa mujer que se nos escapa por las calles de Roma. Y cuando la cuerda se rompa, ¿qué sucederá? ¿En qué dirección, o de acuerdo a qué fuerza gravitacional, eólica o hidráulica veremos escaparse la figura? ¿Será entonces el momento de la caída, ese momento tan temido en que lo cotidiano y lo real le ganan la batalla a lo espectacular?


Posiblemente la respuesta felliniana sea que la cuerda siempre está rompiéndose, probando y extenuando todas las formas del estiramiento y la inminencia. Por eso Deleuze describía el cine de Fellini como “un cristal captado en su formación y su crecimiento, referido a los ‘gérmenes’ que lo componen”. La Dolce Vita y 8½ constituyen, en este sentido, los mejores ejemplos: Bellos muestrarios de gérmenes que nunca terminan de cristalizar; cuerdas que ya están rotas y que nunca acaban de romperse; puras potencias sin acto, suspendidas —“pendientes”— entre lo actual y lo virtual. La inclinación de Fellini por las madrugadas (recuérdense las madrugadas con que concluyen 8½ y La Dolce Vita) conduce también en este sentido: La inminencia del día que todavía no cristaliza permite que, en “esa atmósfera helada del amanecer en que los sentimientos pueden convertirse libremente en ideas y las ideas libremente en sentimientos”, de acuerdo a Thomas Bernhard, todas las cosas y todos los seres, incluso las más sórdidos y decadentes, puedan ser inoculados con el germen de lo espectacular. Pues según Barthélemy Amengual, para que este espectáculo funcione realmente, Fellini convierte lo real en espectacular; produce la anhelada confusión entre el espectáculo y lo real, negando la heterogeneidad de los dos mundos y borrando no sólo la distancia sino también la distinción entre espectáculo y espectador.
Fellini, en sus inicios neo-realistas, abogaba por un registro de lo cotidiano, cuyo rasgo distintivo parecía ser el vagabundeo de sus personajes, y cierto aire de constante inutilidad. Pero poco a poco, sin embargo, va a ir identificando lo cotidiano con lo espectacular, sin perder la idea del vagabundeo que ahora va a tener una clara tendencia mental. Quizá por esto, en varios momentos de 8½, verdaderos puentes temporales entre el mundo actual y el virtual, el imaginario y el real, la palabra aparece descentrada, como fuera de foco, excéntrica, hasta el punto de convertirse en un mero ruido de fondo entre muchos otros más. Estos momentos de pasaje se deben a que Fellini quiere llegar a las “imágenes mentales”. Así, en 8½ hay un conjunto inestable de recuerdos flotantes, imágenes que desfilan con rapidez desconcertante, como si el tiempo cronológico hubiera perdido los estribos y conquistara una profunda libertad ancestral. Se diría que a la pseudo-impotencia motriz de Guido Anselmi, el personaje principal interpretado por el gran Marcello Mastroianni, le corresponde una anárquica movilización mental. Esta suerte de alter ego de Fellini es el encargado de procesar el material (¿en bruto?) que le ha provisto la experiencia, y la película lo muestra en un estadio germinal que no puede terminar de cristalizar. Es así que 8½ es sobre el germen de todo film que está más acá de cualquier idea; o, si se quiere, sobre las imágenes y sonidos virtuales que van a formar el aspecto visible –la idea– de todo film. Puro germen fugaz que se escapa para volver de la mano de un ritornelo, il ritorno del bello, que por un momento tiene la forma de la felicidad, hasta que las fuerzas destructoras de la vida rompan ese proto-cristal.
Pero sucede que hemos llegado al punto en que la vida no puede distinguirse de las fabulosas apariciones proyectadas por un sujeto que no termina de organizar el espectáculo: No puede decidirse de qué lado del cristal se encuentran lo (ya) oído y lo (ya) visto, si del actual o del virtual, si del imaginario o del “real”. Aquí se advierte la gran influencia que Fellini (de quien tantos han sabido tomar sólo lo superfluo) ha ejercido sobre directores como David Lynch: Encontraremos la misma fascinación por el vaivén enloquecedor entre el mundo de la vida y el mundo de la fábula desde Eraserhead (1976) —film en el cual el germen se ha transformado en horrible feto— hasta Lost Highway (1997) y Mulholland Drive (2001). En estas dos últimas, particularmente, se repite el patrón de unos sujetos —Fred en la primera, Diane en la segunda— condenados a la impotencia física y a la decadencia, y al mismo tiempo, liberados a la mentalidad (como Guido, como Giacomo Casanova). Se repite, también, un dibujo más sombrío: Es el trazado por un impulso de muerte que se expresa tanto en la imagen de Anselmi suicidándose debajo de la mesa, como en el oscuro personaje de Steiner en La Dolce Vita: Asesinos de sí mismos y de las personas que aman.
A esta pulsión de muerte —suicidio o asesinato— le corresponde, en el orden de la imagen, una pantalla vacía, en blanco. Entonces, la última de las figuras colgantes —o ésa que se encuentra detrás de todas las otras como su imagen virtual— quizá sea la del ahorcado en la sala de proyección de 8½; un retorno último a la ausencia de intensidades visuales que sería como la purificación deseada (la importancia del tema en 8½ es innegable), pero también como la pura virtualidad o el germen en su forma más pura. De ahí la pertinencia de la alusión final de Daumier (el crítico-escritor que funciona como la conciencia de Anselmi) a Mallarmé, poeta que al confiar en el blanco de la página a la vez como espaciamiento de la lectura y “subdivisión prismática de la Idea” se había encontrado a sí mismo peligrosamente cerca del suicidio: Victorieusement fui le suicide beau... Toda la película, de hecho, podría ser vista como esa huida victoriosa de un bello suicidio que Guido está tentando de llevar a cabo no sólo en el plano vital sino también en el artístico. Si no se puede tenerlo todo, piensa el artista suicida, la nada (el silencio, el blanco, el vacío) es la verdadera (única y última) perfección. Su vida, él lo sabe como auténtico visionario que es, pende de un hilo que en cualquier momento se puede cortar. ¿Acaso alguien podría creer en serio que su caso particular es una excepción a esta regla? Aquí está el gran germen de Fellini. El resto es pura ficción.

Pi: Melancolía y secreción
“La belleza del círculo perfecto ha despertado una intriga especial en los hombres. En su esfuerzo por definir la forma repetida en los iris de los ojos de los seres queridos y en las esferas radiantes del sol y de la luna, el hombre dividió la circunferencia del círculo por su diámetro, descubriendo pi.”

Todd Roberts


Max Cohen es un joven matemático judío obsesionado por descubrir el patrón numérico del Universo. Alienado en su tarea –asumida como una verdadera Misión–, sufre de alucinaciones y hemorragias nasales que sólo puede aliviar inyectándose. Su creciente paranoia, inherente a la tipología de cualquier racionalista –somos parte de un orden que apenas vislumbramos o que definitivamente escapa a nuestra comprensión–, se ve justificada por dos grupos (en apariencia irreconciliables) que andan tras sus investigaciones. Por un lado, están los especuladores bursátiles que quieren sus teoremas porque sospechan que ellos revelan los patrones ocultos de la bolsa. Por otra parte, una secta hasídica lo quiere en sus filas para descubrir el secreto nombre de Dios, a través de esa rama numerológica del misticismo judío llamada Cábala.
Max, como corresponde al género de películas protagonizadas por genios, tiene un maestro, Sol, que lo guía escépticamente en su búsqueda, mientras le da consejos sobre que necesita una mujer. Una mujer, precisamente, es lo que sin duda es su vecinita, Devi, una apetecible morocha que le da casi el mismo consejo que Sol: “Necesitas una mamá”, dictamina. La otra fémina que lo persigue es Jenna, una nena que le hace hacer mentalmente operaciones matemáticas. Pero para Max las cosas no son tan claras como para su maestro y vecina. Él ha contemplado el sol de frente cuando era chico, tal vez por eso ahora todo lo que ve son sombras, y quiere ir más allá, descubrir el secreto de pi, esa relación entre la periferia y el centro para reunir lo disperso en la totalidad del círculo.
Pi (1998), el gran primer film de Darren Aronofsky, es tanto un retrato psicológico como una investigación científica de carácter fantástico, un relato policial como una búsqueda mística de la divinidad. Pero Pi, como no puede ser de otro modo, también es pi: El patrón común de todas las historias: La carencia que hace posible toda narración. Del mismo modo que lo que representa a pi es un número que no tiene fin, periódico, así el movimiento de aquello que ha sido separado de su origen no se detendrá hasta reintegrarse al lugar de donde partió. Pi, por lo tanto, es la unidad de lo diverso, ya que le recuerda a cada narración la ficción del relato del que se desprende su identidad; es la estructura misma del relato entendida como fragmentaria, carencia última o primigenia; su carácter ensayístico en tanto que búsqueda de un Absoluto –ya sea que se lo llame Dios, Madre, Tierra, Dinero, Verdad o Amor.
Pero mientras que toda narración es progresiva, y por lo tanto utópica, la tentativa de Max –y por eso no es Marx– es melancólica, regresiva. Desoye a su vecina y a Sol (¿pero cómo escucharlos?), desconoce que tal vez el único secreto es secretar, desplazar el origen hacia el final, legar a otro la posibilidad de saber y de poder hacerlo todo, suspender la intranquilidad primordial, resignarse, dejar en blanco las páginas de la historia destinadas a la felicidad.
Desde este punto de vista se podría decir que el problema de Max es su perseverancia ciega o su voluntad de poder. No obstante, a Aronofsky le basta una breve escena final para problematizar dicha postura. Max, rodeado de hojas marchitas, está sentado en un banco de la plaza. Jenna le pregunta cuánto es 255 por 183. Sonriente, él le responde que no sabe, antes de contemplar la copa de un árbol cuyas hojas son movidas suavemente por el murmullo de viento. Su silencio contemplativo es la prueba de que por fin ha comprendido que no hay nada que decir. No hay mensaje ni código que pueda superar el susurro del viento que se confunde misteriosamente con el de nuestra frágil respiración.
Tal vez Aronofsky tenía en mente una frase que también Onetti ha tomado de Pound: “Dejemos hablar al viento / Ese es el Paraíso”. Max ha tenido que llegar hasta ahí, después de haber sufrido la persecución de financistas y religiosos, después de haber tenido que enfrentarse con la muerte en más de una ocasión, para comprender que no hay nada, absolutamente nada equiparable a la contemplación del tiempo que se escapa sin reparos, mientras las ficciones que ocuparon nuestro devenir se desvanecen en el aire. Max, tal vez, solamente ha recuperado su capacidad de asombro por el simple hecho de estar vivo, y quizá Pi sea la película sobre la pérdida de esta capacidad ancestral que padecemos todos los que vivimos melancólicamente atrapados por la lógica secresiva del mundo.

Marcelo Damiani y Pablo Orlando

"Si cualquier director de cine es tan bien conocido por su diseño de sonido como por su trabajo de cámara, es David Lynch. El autor surrealista detrás de Terciopelo azul, Mulholland Drive y Eraserhead representa una sensibilidad distinta que se ha ganado su propio adjetivo - lynchiana - para describir su yuxtaposición firma del fantasmagórico y lo mundano.

Lynch ha inyectado esta sensibilidad en toda su obra - que incluye todo, desde la pintura y la fotografía de un informe meteorológico diario y un club nocturno de París - y sus colaboraciones musicales no son una excepción. Durante décadas, él ha trabajado con el compositor Angelo Badalamenti en sus partituras, como la banda sonora magistral a la TV noir mostrar Twin Peaks. Como alternativa el empleo de sintetizadores exuberante y jazz suave ridículo, la pareja también se hizo sin incidentes escenas tensas por la subvaloración de ellos con un zumbido de baja. Más recientemente, Lynch cantó con Danger Mouse y Sparklehorse en la Noche Oscura del Alma de la compilación. Así, mientras que Crazy Tiempo payaso podría ser un álbum de debut de un artista nuevo, no sin ciertas expectativas.

Para quienes están familiarizados con estas tendencias, el contenido de Crazy Tiempo payaso no debería ser una sorpresa. Escrito, interpretado y producido por Lynch con el ingeniero Dean Hurley, primer álbum en solitario de Lynch lo encuentra serpenteante a través de una serie de sueños oscuros y meditaciones visceral en la vida moderna y la sociedad. Karen O de los Yeah Yeah Yeahs suministros vocalista invitado para la canción de apertura, pero por lo demás Lynch está en el centro.

Cuando se trata de la música, se queda dentro de un reino pocos embriagadora de la exploración: Moody ritmos de baile electrónicos, guitarras aullando de diapositivas azules y un uso intensivo de delay, reverb grueso y lento, arrastrándose progresiones de acordes. El primer single, "Good Day Today", golpes, junto con polirritmia pulso. Más tarde, aviones no tripulados que devuelve familiar, esta vez mezclado con efectos de sonido de la lluvia, las sirenas y una mujer gimiendo. Sonido de las otras que vampy y lánguida, por la que se dejó de nuevo a "Wicked Game", al estilo de las guitarras en el entorno. Son canciones que los personajes de Lynch puede bailar hasta bien entrada la noche en su club de Silencio.

Pero el efecto lynchiana verdad radica en las voces. Su voz adquiere un tipo de distorsión para cada canción: susurró capas armónicas en "Ella Rise Up", un gorjeo de tono alto para "Crazy hora del payaso." Esta canción, quizás la canción más aterrador en el expediente, se describe una fiesta en el patio de pesadilla contada desde la perspectiva de un observador de un niño. Si bien todo esto puede sonar un poco oblicuos, los aficionados que buscan un resumen conciso de la cosmovisión de Lynch no va a conseguir mucho más cerca de "El pensamiento extraño y poco productiva." Más de un surco que es como "Stuck in the Middle With You" de codeína, robótica musas monótona Lynch sobre todo, desde la iluminación espiritual a la caries dental.

Suena absurdo, sí, y Crazy Tiempo Clown - a 08 de noviembre - no será para todos. Pero usted puede estar seguro de que no hay dos personas saldrán de allí con la misma experiencia de este disco, y no hay muchos artistas que trabajan hoy en día que puede hacer esa afirmación".

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Possibly we’re in the process of experiencing a new relationship between theory and practice. At one time, practice was considered an application of theory, a consequence; at other times, it had an opposite sense and it was thought to inspire theory, to be indispensable for the creation of future theoretical forms. In any event, their relationship was understood in terms of a process of totalisation….A theorising intellectual, for us, is no longer a subject, a representing or representative consciousness. Those who act and struggle are no longer represented, either by a group or a union that appropriates the right to stand as their conscience. Who speaks and acts? It is always a multiplicity, even within the person who speaks and acts. All of us are ‘groupuscules.’ Representation no longer exists; there’s only action-theoretical action and practical action which serve as relays and form networks.
Deleuze, in conversation with Michel Foucault, 1972

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Wednesday

  In secular psychodevelomental terms, an epiphany is a sudden, life-changing realization, often one that catalyzes a person’s emotional maturation. The person, in one blinding flash, ‘grows up,’ ‘comes of age,’ ‘Put[s] away childish things.’ Releases illusions gone moist and rank a grip of years’ duration. Becomes, for good or ill, a citizen of reality.

    In reality, genuine epiphanies are extremely rare. In contemporary adult life, maturation and acquiescence to reality are gradual processes, incremental and often imperceptible, not unlike the formation of renal calculus. Modern usage deploys epiphany as a metaphor. It is usually only in dramatic representations, religious iconography, and the ‘magical thinking’ of children that achievement of insight is compressed to a sudden blinding flash.
    —David Wallace, Adult World (I)

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Tumblr y sus ecos

Más allá de las imágenes.

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This is Water.
“The point here is that I think this is one part of what teaching me how to think is really supposed to mean. To be just a little less arrogant. To have just a little critical awareness about myself and my certainties.  Because a huge percentage of the stuff that I tend to be automatically certain of is, it turns out, totally wrong and deluded. Here’s one example of the utter wrongness of something I tend to be automatically sure of: Everything in my own immediate experience supports my deep belief that I am the absolute center of the universe, the realest, most vivid and important person in existence. We rarely talk about this sort of natural, basic self-centeredness, because it’s so socially repulsive, but it’s pretty much the same for all of us, deep down. It is our default-setting, hard-wired into our boards at birth. Think about it: There is no experience you’ve had that you were not at the absolute center of. The world as you experience it is right there in front of you, or behind you, to the left or right of you, on your TV, or your monitor, or whatever. Other people’s thoughts and feelings have to be communicated to you somehow, but your own are so immediate, urgent, real — you get the idea. But please don’t worry that I’m getting ready to preach to you about compassion or other-directedness or the so-called “virtues.” This is not a matter of virtue — it’s a matter of my choosing to do the work of somehow altering or getting free of my natural, hard-wired default-setting, which is to be deeply and literally self-centered, and to see and interpret everything through this lens of self.
People who can adjust their natural default-setting this way are often described as being “well adjusted,” which I suggest to you is not an accidental term.
Given the triumphal academic setting here, an obvious question is how much of this work of adjusting our default-setting involves actual knowledge or intellect. This question gets tricky. Probably the most dangerous thing about college education, at least in my own case, is that it enables my tendency to over-intellectualize stuff, to get lost in abstract arguments inside my head instead of simply paying attention to what’s going on right in front of me. Paying attention to what’s going on inside me. As I’m sure you guys know by now, it is extremely difficult to stay alert and attentive instead of getting hypnotized by the constant monologue inside your own head. Twenty years after my own graduation, I have come gradually to understand that the liberal-arts cliché about “teaching you how to think” is actually shorthand for a much deeper, more serious idea: “Learning how to think” really means learning how to exercise some control over how and what you think. It means being conscious and aware enough to choose what you pay attention to and to choose how you construct meaning from experience. Because if you cannot exercise this kind of choice in adult life, you will be totally hosed. Think of the old cliché about “the mind being an excellent servant but a terrible master.” This, like many clichés, so lame and unexciting on the surface, actually expresses a great and terrible truth. It is not the least bit coincidental that adults who commit suicide with firearms almost always shoot themselves in the head. And the truth is that most of these suicides are actually dead long before they pull the trigger. And I submit that this is what the real, no-bull- value of your liberal-arts education is supposed to be about: How to keep from going through your comfortable, prosperous, respectable adult life dead, unconscious, a slave to your head and to your natural default-setting of being uniquely, completely, imperially alone, day in and day out”
David Foster Wallace.

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Tuesday

Proverbs for Paranoids.

1. You may never get to touch the Master, but you can tickle his creatures.
2. The innocence of the creatures is in inverse proportion to the immorality of the Master.
3. If they can get you asking the wrong questions, they don’t have to worry about answers.
4. You hide, they seek.
5. Paranoids are not paranoid because they’re paranoid, but because they keep putting themselves, fucking idiots, deliberately into paranoid situations.

Thomas Pynchon, Gravity’s Rainbow.

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Thomas Pynchon
Entropía (fragmento), de Lento aprendizaje

" La chica había oído la lluvia y los pájaros incluso antes de que se despertara del todo. Se llamaba Aubade: medio francesa medio anamita, vivía en un planeta extraño y solitario, muy particular, donde las nubes y el olor de las poincianas, la acritud del vino y el contacto fortuito de unos dedos por su región lumbar o, como plumas, por sus senos, todo ello se convertía inevitablemente para ella en elementos sonoros de una música que emergía por entre los intervalos de una aulladora oscuridad de discordancia. "

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Thomas Pynchon
El arco iris de gravedad (fragmento)

" Por encima de ellos vibra una escuadrilla de B-17, hoy con rumbo desacostumbrado, fuera de los habituales corredores de vuelo. Detrás de estas fortalezas volantes, la superficie inferior de las frías nubes es azul y sus suaves ondas están veteadas también de azul, con toques de rosa grisáceo o de color púrpura...Las alas y los estabilizadores sombreados de gris oscuro. Sombras ligeramente horizontales alrededor de las curvas del fuselaje y las barquillas. Los conos de las hélices -invisibles éstas por la rotación- emergen de la encapotada oscuridad del interior de las cubiertas. La luz del cielo transforma todas las superficies vulnerables en un uniforme y crudo gris. Los aviones zumban, estáticamente, en el cielo cero, derramando escarcha recién formada, sembrando el cielo de surcos de hielo blanco, color que armoniza con algunas capas de nubes, las minúsculas aberturas y ventanillas en suave negrura, el brillante morro de perspex para siempre en un fluir de nubes y sol. El interior, negro obsidiana. "

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Monday

"Puig clicks like a fucking Geiger counter." — David Foster Wallace

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 Juan Terranova (Buenos Aires, 1975) es una de las voces más importantes de la nueva literatura argentina. Licenciado en Filosofía y Letras, ha publicado, entre otras, las novelas Los amigos soviéticos, Hiroshima, Mi nombre es Rufus y El caníbal. Provocador y sagaz observador del día a día es uno de los más prestigiosos escritores de la nueva narrativa latinoamericana. El vampiro argentino es su primera novela publicada en España (Lengua de trapo). Ya terminó un nuevo libro de ensayo y para el 2012 tiene un regalo muy especial para los lectores: Instrucciones para dar el gran batacazo intelectual argentino que se podrá descargar de manera gratuita en la Web.  Cuenta que le gustaría escribir un libro con Celia Dosio. Vivió la experiencia de peregrinar a la Virgen del cerro, se nutrió de los devotos y luego escribió uno de sus libros. agregando a este su experiencia vivida. Y se imagina un cortometraje con la película de “Siempre tendremos Lisboa”, otro de sus libros. Actualmente escribe una columna semanal en el http://hipercritico.com


 ¿Cómo y cuándo te diste cuenta que lo tuyo era la literatura? ¿De haber elegido otra profesión cual hubiese sido?

Desde que empecé a leer me di cuenta de que me gustaba estar solo y que leyendo no me aburría. Eso fue determinante. Leer calmaba mi ansiedad. Después pensé que podía escribir. Estudié Letras pero también llegué a evaluar la posibilidad de estudiar medicina o ingeniería, o arquitectura, porque mi viejo era arquitecto. Si no hubiera sido escritor me habría gustado ser soldador, carpintero, marino mercante o aviador.

Del libro: Música para rinocerontes: tu primer libro de relatos cortos, ¿Cuál es el relato que más te gusto? ¿En un futuro puede venir “Música para rinocerontes II”?

Música para rinocerontes II se llama Instrucciones para dar el gran batacazo intelectual argentino. Ya está terminado y se va a publicar el año que viene con una versión para descargar gratis de la web.

¿Qué no puede faltar en cada uno de tus libros aparte de la ironía?

Es una pregunta difícil. Creo que en la mayoría de mis libros, y esto me estoy dando cuenta ahora, hay un elogio muy puntual de la amistad. Podría ser entendido, creo, como un estadio superior de la ironía. Amistad, estadio superior de la ironía. También en relación a estos dos temas creo que aparece mucho el poder, el prestigio, la legalidad y sus fallas, y los grandes malentendidos que estos generan. Desdoblándome y viendo en perspectiva mis libros encuentro que antes que la ironía, que es un gesto, un mecanismo o un estilo, y no un tema, lo que casi nunca falta es la tematización de un equívoco.


Juan Terranova. Foto de Vito Rivelli


¿Qué te diferencia a vos de otros escritores nacidos en los años setenta?

Muy rápido me di cuenta de que yo iba a ser el lector de mi generación. Desde el principio me puse a leer a mis contemporáneos con mucha dedicación, con dedicación casi podría decir de coleccionista. Y entonces me los encontraba y les decía “¿vos leíste a tal?” y al principio me la pasaba recomendando escritores jóvenes entre los escritores jóvenes. Creo que eso me diferencia, esa pasión, un poco taradúpida, por lo que está escribiendo y leyendo ahora la gente de mi edad.

¿Cómo ves la nueva ola de escritores contemporáneos?

La veo bien, con mucha curiosidad y mucho interés. Creo que tanto para un narrador como para un crítico, el presente es su más importante capital simbólico.

¿Qué estas escribiendo ahora?

Terminé un libro de ensayos y voy a empezar una novela que me va a acompañar todo el verano. O al menos eso espero.

¿Cuántas horas por días le dedicas a la escritura?

Todas las que puedo. Me levanto, prendo la computadora y escribo. A veces me ha pasado de ir desde la diez de la mañana a las tres de la madrugada. Pero eso es excepcional. Por lo general escribo a la mañana un poco y después hasta las cinco de la tarde y un rato más a la noche, si no salgo. Y entiendo ese tiempo como “lecto-escritura”. El tiempo que paso en la computadora es un tiempo de escritura lleno de tiempo de lectura, sobre todo de lectura web.




¿Cómo es el proceso en cuanto al comienzo de un nuevo libro, tenes un borrador al que va  sufriendo una metamorfosis o partís de una idea a la continuas escribiendo y  agregando?

Lo primero que tengo siempre es una historia, o en realidad varias historias, y lo que encuentro es la forma de cortarlas y combinarlas.

¿Si tuvieras la posibilidad de escribir un libro con otro colega: ¿a quién escogerías? ¿Por qué?

Qué buena pregunta. Siempre escribí solo. Me gustaría escribir algo con alguna escritora, por ejemplo con Celia Dosio, con la que estoy seguro nos pelearíamos mucho pero lograríamos contar una historia interesante.  

¿Qué libro de todos los que publicaste te imaginas adaptado para un  cortometraje?

Me gustaría ver un corto de un cuento que se llama “Siempre tendremos Lisboa”. Es la historia de un guardavidas italiano y una telépata celosa. Creo que se podría filmar. La locación debería ser una pileta pública de Roma.

Carlos Alcolea. Woman in pool, 1971


En El pornógrafo hay una serie de diálogos entre un ginecólogo y un fotógrafo- me gustaría saber a la hora de escribir ¿En qué te apoyas en cuanto a los personajes, sentimientos, emociones e ideas?

Esos personajes se me ocurrieron mientras nadaba en la pileta de Ferro. Nadar me da muchas ideas. Supongo que si viviera cerca del mar, en el Caribe, se me ocurrirían más y mejores cosas, pero perdería la ciudad de Buenos Aires que también aparece en mis libros y es casi fundamental.

¿El último libro que leíste?

Una lectura del Quijote de Federico Jeanmaire. Está muy bien.

¿Alguna anécdota que te haya marcado a lo largo de tu carrera?

Hace algunos años, estaba trabajando en la redacción de un diario y me llamaron de recursos humanos para echarme. El tipo que me echaba estaba muy nervioso porque en la editorial que sacaba el diario había muchos problemas gremiales. Las condiciones no eran malas para trabajar pero al dueño le gustaba maltratar a sus empleados y pagar sueldos bajos y bajísimos. De hecho, me echaban porque yo había señalado demasiadas veces este maltrato que era patético y ridículo y sobre todo innecesario. Así que eso generaba tensiones todo el tiempo y el jefe de recursos humanos, que finalmente no era un mal tipo, tenía miedo de que al comenzar con los despidos, los empleados le quemaran el edificio. La charla fue corta y nerviosa, y en un momento este burócrata levantó el telegrama que yo iba a recibir y el papel y la mano se movían como una licuadora en el aire. Insisto, la charla fue breve. Pero mientras el tipo me comunicaba que me iba a quedar sin trabajo, yo pensaba “bueno, voy a tener que escribir un relato con esto”. Creo que con cosas como esas te das cuenta un poco de quién sos y a qué cosas te tenés que dedicar en este mundo.

Juan Terranova. Foto de Vito Rivelli

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