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LMH

Don DeLillo es como Thomas Pynchon, pero para adultos. Los lectores de Contraluz sólo los entiende uno como adolescentes intelectuales, pajilleros de la página, chavalitos que se sienten importantes por ser capaces de ir al parque de atracciones sin sus padres.
Submundo es para hombres; incluso para machos; Contraluz es para maricas.
Son 900 páginas y, como todas las novelas que rondan las mil, nota uno en su primera frase la premisa inaugural del autor: ¡allá que voy! En la primera página de una novela muy larga se escucha a un hombre tomando aire.
La cosa respira de récord, olímpica, hasta la mitad; va todo muy seguido y es un toma y daca de genialidades; las tramas se proponen todas irresistibles; los personajes no pueden ser más atractivos; la bola de béisbol nos parece tan mítica como la espada del Cid o el coño de Daenerys (link). La bola de béisbol atraviesa literalmente las páginas según las vamos pasando.
Luego no; luego: el aburrimiento, el desnortamiento, 500 segundas páginas que se hacen muy cuesta arriba en la cuesta abajo de su calidad -de su encanto-. Como la línea política de Malherido Inc es antidemocrática, asimétrica, nada asamblearia, esto no nos importa: no somos de esos lectores de M y del quince que tratan a todas las páginas por igual, ponderando si el principio es un buen principio y el final un buen final y todo el copón bendito un consenso de buena literatura. ¡Por el culo! A nosotros nos gusta la tiranía del hallazgo, la dictadura de las mejores páginas; nos vale -nos, el rey- nos vale con que una novela, en cualquier punto de su trazado, nos apasione para que esa novela sea una gran novela, al margen de sus errores de representación.
Leer a DeLillo, como leer cualquier cosa moderna y como dios manda, es buscar esto:
El sexo es lo que puedes conseguir. Para algunas personas, la mayoría, es lo más importante que pueden conseguir sin haber nacido ricos o listos o ladrones. Es lo que la vida puede darte igual o incluso mejor que a los demás, algo para lo que no tienes que pasarte seis años en la universidad. Y no es una religión, ni es una ciencia, pero puedes explorarlo y aprender con ello cosas sobre ti mismo.
Este párrafo da alas a la lectura durante doscientas páginas como poco; yo leo para encontrar párrafos como este, para señalar mi propio oasis en el libro, el punto a partir del cual me apetece seguir leyendo.
Lecturas recortables, el modo en el que el lector se subraya a sí mismo; el modo en que el escritor acierta tantas veces sin darse cuenta.
Lo fallid0 está en los diálogos, sin embargo. La ecolalia como fingida naturalidad oral -tan practicada por Cormac McArthy y otros autores anglosajones más o menos insufribles- acaba siendo, no ya predecible, sino ridícula:
Interesante / Interesante-dijo él-. ¿No es cierto? / Sí. / Nunca habías pensado en ello, ¿verdad? / Había pensado en ello fugazmente. / Nunca habías pensado en ello. Dilo. /Quizá había pensado en ello vagamente. / Quizá vagamente. Entiendo. (…)
Todo está conectado: esa es la obviedad que parece mover la novela de DeLillo, y es en la forma en la que el autor pone en línea elementos ajenísimos donde reconocemos su maestría: la bola de béisbol y el núcleo de la bomba atomática, también una bola, y del mismo tamaño.
Aunque todos los personajes piensan igual y DeLillo les surte de ideas propias de manera algo mecánica -sus reflexiones son tan personales que apenas sabe uno quién habla en cada raya, pues siempre habla Don-, el discurso ventrílocuo convence, complace, condones, confines, complace.
Buen book.


Visto en Lector Malherido

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MS

"I think he is forgetting about the original instant message: letters attached to baskets of food"—Michael Scott

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Saturday
























































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