Wednesday
JC
“Me gustaría saber cuáles son las capas, los músculos, las válvulas del corazón que son alteradas por la ficción, dónde se almacenan los rastros de los personajes que ha interpretado durante años un actor, cómo puede eliminarse esa bioquímica que nos transforma, que nos complace, que nos duele, que -en fin- nos constituye.”
Jorge Carrión, Teleshakespeare.
Jorge Carrión, Teleshakespeare.
Sunday
La lógica de la disonancia
Por Gonzalo Garcés.
La última novela de Michel Houellebecq, El mapa y el territorio, tuvo mucho éxito, pero no faltaron quienes se quejaran de una cosa: el final parece sacado de la galera, está como descoyuntado del resto. Es bastante cierto. El libro narra la biografía de Jed Martin, artista de éxito; a Jed le pasan pocas cosas, un amor trunco con una rusa, algunas comidas con su padre, el esbozo de una amistad con un personaje misantrópico que se llama Michel Houellebecq. El tono es sosegado: importan menos los acontecimientos que las reflexiones sobre el fin de la era industrial en Francia. Cuando queda menos de un cuarto del libro, matan a Houellebecq. No sólo lo matan: lo descuartizan, le cortan la cabeza, desparraman sus tripas como un cuadro de Jackson Pollock. Entonces aparece un detective y de golpe tenemos que interesarnos por su vida privada, su matrimonio, su oficio. Es como si empezara una novela nueva. ¿Dónde quedó Jed? ¿Qué pasó con el tema de la decadencia industrial? ¿Y por qué de golpe un personaje secundario como Houellebecq se vuelve central? ¿Es un despropósito literario? Visceralmente, al leerlo, yo lo sentí así: pero ahora que vuelvo a pensarlo, no parece tan claro. ¿Y si la impresión de disyunción, de artefacto no ensamblado, que deja la novela por culpa de ese final, fuera un efecto deliberado, algo que el autor necesita que sintamos para que el libro cobre sentido?
Pensándolo mejor, el problema del final de El mapa y el territorio tiene que ver con cuestiones que vienen inquietando a algunos escritores. ¿De cuánta libertad dispongo para componer un libro, antes de que se vuelva un mamarracho? ¿Qué hace a la unidad de una novela? En la novela decimonónica, la cosa es bastante clara: son presentados ciertos personajes, se plantean ciertos temas. Ana Karenina está infelizmente casada. Eugene de Rastignac quiere triunfar en París. Raskolnikov quiere demostrar que para un hombre superior matar es permisible. Ana se fuga con Vronski. Rastignac coquetea con la hija de Goriot. Raskolnikov mata a la usurera. Ana se suicida. Rastignac contempla París desde la colina y dice “Ahora nos veremos las caras.” Raskolnikov acepta el castigo. Esto se llamaba buena composición. Con las vanguardias se rompen muchos esquemas pero, cosa interesante, en los grandes textos permanece intacta una regla: si un tema, o varios, se apuntan al comienzo, hay que desarrollarlos hasta llegar a alguna parte. El Ulises hablará de muchas cosas en muchos estlos diferentes pero, mal que mal, al comienzo Bloom se inquieta porque su mujer le mete los cuernos con Boylan y al final ha dado a medias con una solución al encontrar a un joven, Dedalus, que Bloom le propondrá a su mujer como compañía en lugar de Boylan. Además, al comienzo se plantea una forma de narrar, el monólogo interior, que en el capítulo final llega a su apoteosis. En busca del tiempo perdido es tan largo que puede parecer que habla de todo lo que existe bajo el sol, pero lo cierto es que al comienzo se plantea una pregunta –¿cómo recuperar la experiencia pasada?– y al final hay una especie de respuesta. Está tan arraigado esto que en la película Adaptation, de Spike Jonze, que posa de posmoderna y de estar de vuelta de todo, se dice que una historia podrá irse por las ramas, pero si al final todo parece atarse –“Si lo hacés terminar bien”– el espectador lo aceptará. Y no es una ironía: es la aceptación exasperada de una regla a la que nadie parece poder escapar. El sonido y la furia hace muchas locuras estilísticas, pero Faulkner no empieza hablando del destino de los Compson y sobre el final se apasiona de golpe por la filatelia; no, desde el primer capítulo, el del monólogo de Benji, hasta el capítulo final, hay una reflexión sobre la crueldad que se esclarece. La vida, instrucciones de uso, de Perec, se ocupa de muchas vidas y muchos temas, pero su tema a desarrollar es, precisamente, la multiplicidad... [1]
La narración clásica
Ahora bien, de un tiempo a esta parte algunos sienten que esto no alcanza. Hay experiencias que tienen principio, desarrollo y final: un matrimonio, una empresa, un crimen. Pero hay muchas que no. Supongamos que tengo un amigo. De marzo a septiembre de 2011 hablamos de poner juntos una fábrica de bulones. A mediados de septiembre, como pasa con tantos afanes humanos, la fábrica de bulones queda en la nada, pero en cambio el viernes 16 yo conozco a una morocha mandona que me hace olvidar de todo, me compra remeras blancas y ponemos juntos una agencia de viajes. Los temas cambian, pero el personaje sigo siendo yo. ¿Esa historia, no se puede contar? El padre de Borges, contó Borges, sostenía que no hay una sola frase a la que no se le pueda encontrar un sentido racional. Le proponían frases surrealistas, tipo el tranvía gaseoso, y él con su interpretación las volvía clásicas. Tal vez el padre de Borges buscaría la unidad secreta que va de los bulones a la morocha; encontraría la forma de narrar eso como una novela tradicional. Otra posibilidad: si a esta historia la escribiera Dante, lo haría de modo que la vita nuova con la morocha apareciera como lo real, y los bulones como un extravío. El mismo carácter descoyuntado entre una vida y la otra serviría como prueba de que la primera fue un extravío. Otra posibilidad: si a la historia la escribiera Thomas Pynchon, introduciría en la parte de los bulones ciertos elementos denotadores de aleatoriedad. Un bulón proyectaría la sombra de Charles de Gaulle. Una charla sobre costos de fabricación derivaría inopinadamente en una canción de music-hall. Entonces, el tránsito a la vida con la morocha aparecería como confirmación, como manifestación grandiosa de la entropía de la razón, después de las pequeñas entropías del comienzo. Una posibilidad más: a la historia la escribe César Aira, y entonces desde el comienzo la narración está sazonada con reflexiones sobre la novela, la gratuidad del arte, la inmanencia de la creación, el personaje de mi amigo es un enano, yo soy una prostituta, y cuando aparece la morocha no hay mayor sobresalto porque ya veníamos narrando de un modo tan ligero, tan digresivo, tan teórico, que una digresión más se siente como más de lo mismo. De acuerdo, pero no me satisface: yo siento que hubo una cesura, una solución de continuidad temática entre el agotamiento del proyecto de los bulones y el advenimiento de la morocha, y ese sentimiento debería poder novelarse.
Recién mencioné a Aira, y es verdad que el autor de Las noches de Flores se ha ocupado de este asunto aunque, como ninguna página de Aira tiene densidad psicológica, tampoco permite la ruptura. Aira ha dicho que la psicología lo atemoriza y lo desalienta, y que por eso prefiere poner en escena estereotipos: enanos, payasos, asesinos seriales, travestis. Ligeros como caretas de papel, esos figurines le permiten escribir tramas aleatorias, donde cada suceso parece producto del azar. En ese mundo de cotillón puede suceder cualquier cosa, y sucede cualquier cosa, lo cual impide que algo pueda percibirse como un cambio. La experiencia real es muy distinta. ¿Qué sucede, en la experiencia real, cuando percibo una ruptura radical en mi historia? Hay un cambio de paradigma; durante meses, durante años, a veces durante toda una vida, nos contamos a nosotros mismos la historia de lo que somos. Esto que la psicología moderna llama narración personal puede llegar a parecer consubstancial con nuestra vida, pero no es lo mismo que nuestra vida. En la novela clásica sí: la novela clásica, precisamente, identifica la narración personal con el personaje, y por eso cuando esa narración se agota, la novela termina. Pero en realidad las cosas no suceden así: la narración puede agotarse y terminar, pero yo sigo vivo. En el ejemplo de antes, digamos, yo durante años creí que fabricar bulones me aseguraba el amor de los demás, quizá porque mi padre fue un fabricante de bulones frustrado y de chico me dio a entender que su máximo orgullo sería que yo me dedicara a fabricar bulones. Pero las condiciones cambian; los bulones últimamente me granjean amor hasta ahí nomás; estoy listo para un vuelco, una revolución personal que ponga patas arriba mis valores, y por lo tanto mi historia entera. Libro de Rut, 1:20: “Y ella les respondía: No me llaméis Noemí, llamadme Mara, pues el Todopoderoso ha hecho muy amarga mi vida.” Entonces me acuerdo de que tengo el número de la morocha, la llamo, le digo que la invito al teatro, ella me dice qué casualidad, yo tengo dos entradas.
Un archipiélago de narraciones
Lo cual me lleva de vuelta a Houellebecq. La irrupción de ese detective en El mapa y el territorio me sigue contrariando como lector. Pero lo cierto es que tuvo por lo menos la virtud de hacerme releer la novela con otros ojos. Sí, lo que le sucede a Jed Martin es poco, y lo poco que le pasa no parece seguir un hilo: sus amores con la rusa, las comidas con el padre, los encuentros con Houellebecq, más que una historia parece una sucesión de historias, un archipiélago de narraciones personales, cada una con su lógica, cada una agotada en sí misma. Ciertamente, a ojos de un novelista del siglo XIX ésta no sería una buena novela, ni siquiera sería una novela. Y sin embargo, la unidad de la novela de Michel Houellebecq, al menos hasta el final disonante, no se rompe, porque la narración puede agotarse pero el personaje sigue vivo; y entonces me digo que ese final podría servir para llamar la atención sobre el secreto que late en El mapa y el territorio. ¿Cuál secreto? Que se abre, para quien quiera explorarla, una forma diferente de hacer novelas, que basta comprender que no somos lo mismo que la historia que nos contamos, que nuestra narración personal puede agotarse pero nosotros seguimos vivos, para dejar de fabricar bulones.
[1] Kafka quiza fue quien mas se acerco a romper con el mandato del desarrollo tematico: en El Proceso nunca sabemos con certeza cual es el tema, porque el concepto mismo del “proceso” parece ir cambiando de pagina en pagina, y asi parece cortocircuitar la idea de desarrollo; nunca lo sabremos con certeza, porque Max Brod lo edito de modo de preservar, sobre el final, cierta impresion de conclusion: en la escena de la catedral, primero, cuando Josef K consulta al sacerdote sobre la posibilidad de vivir “fuera del Proceso”, y luego cuando es asesinado y piensa las famosas palabras: “¡Como un perro!”.
Pensándolo mejor, el problema del final de El mapa y el territorio tiene que ver con cuestiones que vienen inquietando a algunos escritores. ¿De cuánta libertad dispongo para componer un libro, antes de que se vuelva un mamarracho? ¿Qué hace a la unidad de una novela? En la novela decimonónica, la cosa es bastante clara: son presentados ciertos personajes, se plantean ciertos temas. Ana Karenina está infelizmente casada. Eugene de Rastignac quiere triunfar en París. Raskolnikov quiere demostrar que para un hombre superior matar es permisible. Ana se fuga con Vronski. Rastignac coquetea con la hija de Goriot. Raskolnikov mata a la usurera. Ana se suicida. Rastignac contempla París desde la colina y dice “Ahora nos veremos las caras.” Raskolnikov acepta el castigo. Esto se llamaba buena composición. Con las vanguardias se rompen muchos esquemas pero, cosa interesante, en los grandes textos permanece intacta una regla: si un tema, o varios, se apuntan al comienzo, hay que desarrollarlos hasta llegar a alguna parte. El Ulises hablará de muchas cosas en muchos estlos diferentes pero, mal que mal, al comienzo Bloom se inquieta porque su mujer le mete los cuernos con Boylan y al final ha dado a medias con una solución al encontrar a un joven, Dedalus, que Bloom le propondrá a su mujer como compañía en lugar de Boylan. Además, al comienzo se plantea una forma de narrar, el monólogo interior, que en el capítulo final llega a su apoteosis. En busca del tiempo perdido es tan largo que puede parecer que habla de todo lo que existe bajo el sol, pero lo cierto es que al comienzo se plantea una pregunta –¿cómo recuperar la experiencia pasada?– y al final hay una especie de respuesta. Está tan arraigado esto que en la película Adaptation, de Spike Jonze, que posa de posmoderna y de estar de vuelta de todo, se dice que una historia podrá irse por las ramas, pero si al final todo parece atarse –“Si lo hacés terminar bien”– el espectador lo aceptará. Y no es una ironía: es la aceptación exasperada de una regla a la que nadie parece poder escapar. El sonido y la furia hace muchas locuras estilísticas, pero Faulkner no empieza hablando del destino de los Compson y sobre el final se apasiona de golpe por la filatelia; no, desde el primer capítulo, el del monólogo de Benji, hasta el capítulo final, hay una reflexión sobre la crueldad que se esclarece. La vida, instrucciones de uso, de Perec, se ocupa de muchas vidas y muchos temas, pero su tema a desarrollar es, precisamente, la multiplicidad... [1]
La narración clásica
Ahora bien, de un tiempo a esta parte algunos sienten que esto no alcanza. Hay experiencias que tienen principio, desarrollo y final: un matrimonio, una empresa, un crimen. Pero hay muchas que no. Supongamos que tengo un amigo. De marzo a septiembre de 2011 hablamos de poner juntos una fábrica de bulones. A mediados de septiembre, como pasa con tantos afanes humanos, la fábrica de bulones queda en la nada, pero en cambio el viernes 16 yo conozco a una morocha mandona que me hace olvidar de todo, me compra remeras blancas y ponemos juntos una agencia de viajes. Los temas cambian, pero el personaje sigo siendo yo. ¿Esa historia, no se puede contar? El padre de Borges, contó Borges, sostenía que no hay una sola frase a la que no se le pueda encontrar un sentido racional. Le proponían frases surrealistas, tipo el tranvía gaseoso, y él con su interpretación las volvía clásicas. Tal vez el padre de Borges buscaría la unidad secreta que va de los bulones a la morocha; encontraría la forma de narrar eso como una novela tradicional. Otra posibilidad: si a esta historia la escribiera Dante, lo haría de modo que la vita nuova con la morocha apareciera como lo real, y los bulones como un extravío. El mismo carácter descoyuntado entre una vida y la otra serviría como prueba de que la primera fue un extravío. Otra posibilidad: si a la historia la escribiera Thomas Pynchon, introduciría en la parte de los bulones ciertos elementos denotadores de aleatoriedad. Un bulón proyectaría la sombra de Charles de Gaulle. Una charla sobre costos de fabricación derivaría inopinadamente en una canción de music-hall. Entonces, el tránsito a la vida con la morocha aparecería como confirmación, como manifestación grandiosa de la entropía de la razón, después de las pequeñas entropías del comienzo. Una posibilidad más: a la historia la escribe César Aira, y entonces desde el comienzo la narración está sazonada con reflexiones sobre la novela, la gratuidad del arte, la inmanencia de la creación, el personaje de mi amigo es un enano, yo soy una prostituta, y cuando aparece la morocha no hay mayor sobresalto porque ya veníamos narrando de un modo tan ligero, tan digresivo, tan teórico, que una digresión más se siente como más de lo mismo. De acuerdo, pero no me satisface: yo siento que hubo una cesura, una solución de continuidad temática entre el agotamiento del proyecto de los bulones y el advenimiento de la morocha, y ese sentimiento debería poder novelarse.
Recién mencioné a Aira, y es verdad que el autor de Las noches de Flores se ha ocupado de este asunto aunque, como ninguna página de Aira tiene densidad psicológica, tampoco permite la ruptura. Aira ha dicho que la psicología lo atemoriza y lo desalienta, y que por eso prefiere poner en escena estereotipos: enanos, payasos, asesinos seriales, travestis. Ligeros como caretas de papel, esos figurines le permiten escribir tramas aleatorias, donde cada suceso parece producto del azar. En ese mundo de cotillón puede suceder cualquier cosa, y sucede cualquier cosa, lo cual impide que algo pueda percibirse como un cambio. La experiencia real es muy distinta. ¿Qué sucede, en la experiencia real, cuando percibo una ruptura radical en mi historia? Hay un cambio de paradigma; durante meses, durante años, a veces durante toda una vida, nos contamos a nosotros mismos la historia de lo que somos. Esto que la psicología moderna llama narración personal puede llegar a parecer consubstancial con nuestra vida, pero no es lo mismo que nuestra vida. En la novela clásica sí: la novela clásica, precisamente, identifica la narración personal con el personaje, y por eso cuando esa narración se agota, la novela termina. Pero en realidad las cosas no suceden así: la narración puede agotarse y terminar, pero yo sigo vivo. En el ejemplo de antes, digamos, yo durante años creí que fabricar bulones me aseguraba el amor de los demás, quizá porque mi padre fue un fabricante de bulones frustrado y de chico me dio a entender que su máximo orgullo sería que yo me dedicara a fabricar bulones. Pero las condiciones cambian; los bulones últimamente me granjean amor hasta ahí nomás; estoy listo para un vuelco, una revolución personal que ponga patas arriba mis valores, y por lo tanto mi historia entera. Libro de Rut, 1:20: “Y ella les respondía: No me llaméis Noemí, llamadme Mara, pues el Todopoderoso ha hecho muy amarga mi vida.” Entonces me acuerdo de que tengo el número de la morocha, la llamo, le digo que la invito al teatro, ella me dice qué casualidad, yo tengo dos entradas.
Un archipiélago de narraciones
Lo cual me lleva de vuelta a Houellebecq. La irrupción de ese detective en El mapa y el territorio me sigue contrariando como lector. Pero lo cierto es que tuvo por lo menos la virtud de hacerme releer la novela con otros ojos. Sí, lo que le sucede a Jed Martin es poco, y lo poco que le pasa no parece seguir un hilo: sus amores con la rusa, las comidas con el padre, los encuentros con Houellebecq, más que una historia parece una sucesión de historias, un archipiélago de narraciones personales, cada una con su lógica, cada una agotada en sí misma. Ciertamente, a ojos de un novelista del siglo XIX ésta no sería una buena novela, ni siquiera sería una novela. Y sin embargo, la unidad de la novela de Michel Houellebecq, al menos hasta el final disonante, no se rompe, porque la narración puede agotarse pero el personaje sigue vivo; y entonces me digo que ese final podría servir para llamar la atención sobre el secreto que late en El mapa y el territorio. ¿Cuál secreto? Que se abre, para quien quiera explorarla, una forma diferente de hacer novelas, que basta comprender que no somos lo mismo que la historia que nos contamos, que nuestra narración personal puede agotarse pero nosotros seguimos vivos, para dejar de fabricar bulones.
[1] Kafka quiza fue quien mas se acerco a romper con el mandato del desarrollo tematico: en El Proceso nunca sabemos con certeza cual es el tema, porque el concepto mismo del “proceso” parece ir cambiando de pagina en pagina, y asi parece cortocircuitar la idea de desarrollo; nunca lo sabremos con certeza, porque Max Brod lo edito de modo de preservar, sobre el final, cierta impresion de conclusion: en la escena de la catedral, primero, cuando Josef K consulta al sacerdote sobre la posibilidad de vivir “fuera del Proceso”, y luego cuando es asesinado y piensa las famosas palabras: “¡Como un perro!”.
Saturday
Que nadie se mueva
"Tengo la (in)sana costumbre de leer blogs. Un montón de blogs. Montones de blogs de libros. Para bien o para mal, aunque más bien para mal porque uno siempre acaba comparando el suyo con todos los que lee, y eso es un ejercicio fatal. Siempre acaba uno perdiendo. Uno de los blogs que intento leer siempre, por su calidad en las entradas y porque el autor me gusta mucho fuera de su faceta de bloguero (eso es como escritor) es el de Javier Calvo. Traductor conocido donde los haya y muy admirado por el fandom Mundodisquero (entre los que me incluyo) al ser uno de los mejores y mas duraderos traductores de esa saga.
Bien.
Pues es en una entrada del blog de Javier Calvo donde yo leo por primera vez el nombre de Denis Johnson y más concretamente el de esta novela, Que nadie se mueva. Calvo dice cosas como ¨Hay algo de esa poesía mística de Johnson, por fin, reducida a su mínima expresión pero perceptible en las breves descripciones alucinantes y geniales¨ o ¨Os lo dice alguien que se siente tremendamente afortunado de haber traducido ya dos novelas de este genio.¨ Podéis leer la entrada completa aquí.
Esa entrada fue escrita en mayo del año pasado, han pasado muchos meses, pero cuando me entere de que Roja y Negra estaba a punto de publicarla me faltó tiempo para lanzarme sobre ella. Se me había quedado gravado el comentario de Calvo y tenía que leer la novela.
Y Calvo tenía razón en todo. Y más.
Empecemos por el principio. Que nadie se mueva fue originalmente escrito para la revista Playboy y fue concebida en cuatro entregas, una por numero, al mas puro estilo Pulp de los años cuarenta y cincuenta. Ahora se han reunido las cuatro partes en una para dar forma a esta excelente novelita. De hecho, si no supiéramos que la novela se partió en cuatro para ser publicada en una revista, ni siquiera nos daríamos cuenta al leerla.
Denis Johnson, un tío que nació en Munich y creció entre Tokio, Manilla y Washington. Un tío que no quiere nada o casi con la prensa y la TV y que vive recluido en su casa de Idaho con su familia. Se le compara con Bukowski. Y es un autor de culto en USA.
A si, y ha ganado el National Book Award con Árbol de humo, que también quedo finalista en el Pulitzer.
Perfecto.
Que nadie se mueva es bastante… si, acojonante. Os diré que la novela es bastante corta, 189 páginas que os inyectareis sin piedad, aun así, yo la hice durar unos tres días por puro placer. Bien. La segunda noche, iba sobre la página 90, soñé con Anita Desilvera.
¿Quién es Anita Desilvera? Oh, eso viene luego.
Primero tenemos a Jimmy. Jimmy Luntz. Un perdedor nato. Un tipo que canta en un coro, lleva esmoquin blanco y debe mucha pasta. Un tipo que pierde en todo; en el juego, en las apuestas, hasta en el boxeo, siendo él el acaba siempre noqueado. Y llega un día en que a la salida de un concierto de mala muerte le espera un tipo que quiere cobrar su parte de una deuda. Mal asunto. Un tipo con un Cadillac precioso. Un tipo que se llama Gambol.
Gambol es un matón. Gambol quiere ajustar cuentas con Jimmy para cobrar una parte de la deuda que Jimmy tiene con su socio, Juárez. Así que se lleva a Jimmy en su Caddy a ver si le puede hacer pagar parte de esa deuda tan importante.
Y tenemos Anita Desilvera, por supuesto. Anita es una morena impresionante y feroz, una femme fatale absoluta, definitiva, una mujer de orígenes indios, de norte confuso, de pasado roto. Descarada, peligrosa, voraz y con un plan.
Y está Juárez. Y Sally Fuck. Y Capra. Y Mary.
La cosa sigue así; tenemos a Jimmy y Gambol metidos en un coche y con un destino incierto, pero seguramente doloroso para una de las partes. Y tenemos a Anita, que esta en un cine con una botella de vodka, emborrachándose y llorando a partes iguales camuflada en la oscuridad de las butacas.
Eso es todo lo que necesitáis saber.
Denis Johnson no ha escrito una novela negra. Denis Johnson ha escrito una novela oscura, descarnada, violenta, sórdida y lirica. Una novela que se sale de los cánones de las novelas noir y se coloca milimétricamente al lado de las road-movies. Más exactamente. Esta novela es una road-movie totalmente hard-boiled, tiene los elementos de una novela negra mas los elementos de una película de carretera; llena de moteles, persecuciones, matones, escondrijos, chivatos, perdedores, carreteras secundarias, noches larguísimas, pistolas y muertos.
Y una buena dosis de odio.
La historia no es nueva, alguien le debe pasta ha otro alguien y este ultimo intenta cobrar. Eso ya lo hemos visto antes. Con Johnson no funciona así. El tío te pone los pelos de punta. Johnson crea un ambiente deshumanizado y sin esperanza, lejos de lo que se supone que es una peli-un libro, sobre matones que quieren cobrar, lejos. Los personajes son exactamente lo que NO esperáis, cuando creáis que se comportaran de una manera, ¡zas! Lo hacen justo de otra, están tan bien dibujados, están tan bien perfilados, que os juro que os pondrán los putos pelos de punta. Anita por ejemplo, es…bueno, es un personaje tan bueno, TAN BUENO, que joder, seguro que soñáis con ella. Es tan DIRECTA y tiene tanta mala hostia que os vais a enamorar. Perdidamente. O Jimmy, oh…Jimmy, Jimmy, Jimmy, un tío que no tiene nada, que la caga una vez tras otra y que SIEMPRE tiene un comentario ADECUADO para el momento. Aunque estén a punto de pegarle un tiro. O a punto de comerse sus pelotas. Os lo juro es DEMENCIAL.
Toda la novela es una locura, los diálogos son una locura tras otra, tan afilados, tan CORTANTES, tan BUENOS. Olvidad la ironía, eso es para aficionados. Aquí estamos hablando de algo superior, hablamos de matar gente, joder, y hablamos en serio. Hablamos de tíos con sed de venganza EXTREMA, ya sabéis, pillar al tío, hacerlo sufrir, torturarlo, matarlo y enterrarlo con un pico y una pala en un lugar apartado en una carretera secundaria.
¿si? Pues eso.
Que nadie se mueva
Denis Johnson
Ed Roja y Negra (Mondadori) 2012
198 páginas.
Denis Johnson
Ed Roja y Negra (Mondadori) 2012
198 páginas.
Por cierto, mi sueño con Anita Desilvera no fue nada guarro. Nada".
Tomen aire
Chuck Palahniuk
Tomen tanto aire como puedan. Esta historia debería durar el tiempo que logren retener el aliento, y después un poco más. Así que escuchen tan rápido como les sea posible.
Cuando tenía trece años, un amigo mío escuchó hablar del “pegging”. Esto es cuando a un tipo le meten un pito por el culo. Si se estimula la próstata lo suficientemente fuerte, el rumor dice que se logran explosivos orgasmos sin manos. A esa edad, este amigo es un pequeño maníaco sexual. Siempre está buscando una manera mejor de estar al palo. Se va a comprar una zanahoria y un poco de jalea para llevar a cabo una pequeña investigación personal. Después se imagina cómo se va a ver la situación en la caja del supermercado, la zanahoria solitaria y la jalea moviéndose sobre la cinta de goma. Todos los empleados en fila, observando. Todos viendo la gran noche que ha planeado.
Entonces mi amigo compra leche y huevos y azúcar y una zanahoria, todos los ingredientes para una tarta de zanahorias. Y vaselina.
Como si se fuera a casa a meterse una tarta de zanahorias por el culo.
En casa, talla la zanahoria hasta convertirla en una contundente herramienta. La unta con grasa y se la mete en el culo. Entonces, nada. Ningún orgasmo. Nada pasa, salvo que duele.
Entonces la madre del chico grita que es hora de la cena. Le dice que baje inmediatamente.
El se saca la zanahoria y entierra esa cosa resbaladiza y mugrienta entre la ropa sucia debajo de su cama.
Después de la cena va a buscar la zanahoria, pero ya no está allí. Mientras cenaba, su madre juntó toda la ropa sucia para lavarla. De ninguna manera podía encontrar la zanahoria, cuidadosamente tallada con un cuchillo de su cocina, todavía brillante de lubricante y apestosa.
Mi amigo espera meses bajo una nube oscura, esperando que sus padres lo confronten. Y nunca lo hacen. Nunca. Incluso ahora, que ha crecido, esa zanahoria invisible cuelga sobre cada cena de Navidad, cada fiesta de cumpleaños. Cada búsqueda de huevos de Pascua con sus hijos, los nietos de sus padres, esa zanahoria fantasma se cierne sobre ellos. Ese algo demasiado espantoso para ser nombrado.
Los franceses tienen una frase: “ingenio de escalera”. En francés, esprit de l’escalier. Se refiere a ese momento en que uno encuentra la respuesta, pero es demasiado tarde. Digamos que usted está en una fiesta y alguien lo insulta. Bajo presión, con todos mirando, usted dice algo tonto. Pero cuando se va de la fiesta, cuando baja la escalera, entonces, la magia. A usted se le ocurre la frase perfecta que debería haber dicho. La perfecta réplica humillante. Ese es el espíritu de la escalera.
El problema es que los franceses no tienen una definición para las cosas estúpidas que uno realmente dice cuando está bajo presión. Esas cosas estúpidas y desesperadas que uno en verdad piensa o hace.
Algunas bajezas no tienen nombre. De algunas bajezas ni siquiera se puede hablar.
Mirando atrás, muchos psiquiatras expertos en jóvenes y psicopedagogos ahora dicen que el último pico en la ola de suicidios adolescentes era de chicos que trataban de asfixiarse mientras se masturbaban. Sus padres los encontraban, una toalla alrededor del cuello, atada al ropero de la habitación, el chico muerto. Esperma por todas partes. Por supuesto, los padres limpiaban todo. Le ponían pantalones al chico. Hacían que se viera... mejor. Intencional, al menos. Un típico triste suicidio adolescente.
Otro amigo mío, un chico de la escuela con su hermano mayor en la Marina, contaba que los tipos en Medio Oriente se masturban distinto a como lo hacemos nosotros. Su hermano estaba estacionado en un país de camellos donde los mercados públicos venden lo que podrían ser elegantes cortapapeles. Cada herramienta es una delgada vara de plata lustrada o latón, quizá tan larga como una mano, con una gran punta, a veces una gran bola de metal o el tipo de mango refinado que se puede encontrar en una espada. Este hermano en la Marina decía que los árabes se ponen al palo y después se insertan esta vara de metal dentro de todo el largo de su erección. Y se masturban con la vara adentro, y eso hace que masturbarse sea mucho mejor. Más intenso.
Es el tipo de hermano mayor que viaja por el mundo y manda a casa dichos franceses, dichos rusos, útiles sugerencias para masturbarse. Después de esto, un día el hermano menor falta a la escuela. Esa noche llama para pedirme que le lleve los deberes de las próximas semanas. Porque está en el hospital.
Tiene que compartir la habitación con viejos que se atienden por sus tripas. Dice que todos tienen que compartir la misma televisión. Su única privacidad es una cortina. Sus padres no lo visitan. Por teléfono, dice que sus padres ahora mismo podrían matar al hermano mayor que está en la Marina.
También dice que el día anterior estaba un poco drogado. En casa, en su habitación, estaba tirado en la cama, con una vela encendida y hojeando revistas porno, preparado para masturbarse. Todo esto después de escuchar la historia del hermano en la Marina. Esa referencia útil acerca de cómo se masturban los árabes. El chico mira alrededor para encontrar algo que podría ayudarlo. Un bolígrafo es demasiado grande. Un lápiz, demasiado grande y duro. Pero cuando la punta de la vela gotea, se logra una delgada y suave arista de cera. La frota y la moldea entre las palmas de sus manos. Larga y suave y delgada.
Drogado y caliente, se la introduce dentro, más y más profundo en la uretra. Con un gran resto de cera todavía asomándose, se pone a trabajar.
Aun ahora, dice que los árabes son muy astutos. Que reinventaron por completo la masturbación. Acostado en la cama, la cosa se pone tan buena que el chico no puede controlar el camino de la cera. Está a punto de lograrlo cuando la cera ya no se asoma fuera de su erección.
La delgada vara de cera se ha quedado dentro. Por completo. Tan adentro que no puede sentir su presencia en la uretra.
Desde abajo, su madre grita que es hora de la cena. Dice que tiene que bajar de inmediato. El chico de la cera y el chico de la zanahoria son personas diferentes, pero tienen vidas muy parecidas.
Después de la cena, al chico le empiezan a doler las tripas. Es cera, así que se imagina que se derretirá adentro y la meará. Ahora le duele la espalda. Los riñones. No puede pararse derecho.
El chico está hablando por teléfono desde su cama de hospital, y de fondo se pueden escuchar campanadas y gente gritando. Programas de juegos en televisión.
Las radiografías muestran la verdad, algo largo y delgado, doblado dentro de su vejiga. Esta larga y delgada V dentro suyo está almacenando todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y dura, cubierta con cristales de calcio, golpea y desgarra las suaves paredes de su vejiga, obturando la salida de su orina. Sus riñones están trabados. Lo poco que gotea de su pene está rojo de sangre.
El chico y sus padres, toda la familia mirando las radiografías con el médico y las enfermeras parados allí, la gran V de cera brillando para que todos la vean: tiene que decir la verdad. La forma en que se masturban los árabes. Lo que le escribió su hermano en la Marina. En el teléfono, ahora, se pone a llorar.
Pagaron la operación de vejiga con el dinero ahorrado para la universidad. Un error estúpido, y ahora jamás será abogado. Meterse cosas adentro. Meterse dentro de cosas. Una vela en la pija o la cabeza en una horca, sabíamos que serían problemas grandes.
A lo que me metió en problemas a mí lo llamo “Bucear por perlas”. Esto significaba masturbarse bajo el agua, sentado en el fondo de la profunda piscina de mis padres. Respiraba hondo, con una patada me iba al fondo y me deshacía de mis shorts. Me quedaba sentado en el fondo dos, tres, cuatro minutos.
Sólo por masturbarme tenía una gran capacidad pulmonar. Si hubiera tenido una casa para mí solo, lo habría hecho durante tardes enteras.
Cuando finalmente terminaba de bombear, el esperma colgaba sobre mí en grandes gordos globos lechosos.
Después había más buceo, para recolectarla y limpiar cada resto con una toalla. Por eso se llamaba “bucear por perlas”. Aun con el cloro, me preocupaba mi hermana. O, por Dios, mi madre.
Ese solía ser mi mayor miedo en el mundo: que mi hermana adolescente virgen pensara que estaba engordando y diera a luz a un bebé de dos cabezas retardado. Las dos cabezas me mirarían a mí. A mí, el padre y el tío. Pero al final, lo que te preocupa nunca es lo que te atrapa.
La mejor parte de bucear por perlas era el tubo para el filtro de la pileta y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse allí.
Como dicen los franceses, ¿a quién no le gusta que le chupen el culo? De todos modos, en un minuto se pasa de ser un chico masturbándose a un chico que nunca será abogado.
En un minuto estoy acomodado en el fondo de la piscina, y el cielo ondula, celeste, através de un metro y medio de agua sobre mi cabeza. El mundo está silencioso salvo por el latido del corazón en mis oídos. Los shorts amarillos están alrededor de mi cuello por seguridad, por si aparece un amigo, un vecino o cualquiera preguntando por qué falté al entrenamiento de fútbol. Siento la continua chupada del tubo de la pileta, y estoy meneando mi culo blanco y flaco sobre esa sensación. Tengo aire suficiente y la pija en la mano. Mis padres se fueron a trabajar y mi hermana tiene clase de ballet. Se supone que no habrá nadie en casa durante horas.
Mi mano me lleva casi al punto de acabar, y paro. Nado hacia la superficie para tomar aire. Vuelvo a bajar y me siento en el fondo. Hago esto una y otra vez.
Debe ser por esto que las chicas quieren sentarse sobre tu cara. La succión es como una descarga que nunca se detiene. Con la pija dura, mientras me chupan el culo, no necesito aire. El corazón late en los oídos, me quedo abajo hasta que brillantes estrellas de luz se deslizan alrededor de mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de las rodillas rozando fuerte el fondo de concreto. Los dedos de los pies se vuelven azules, los dedos de los pies y las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.
Y después dejo que suceda. Los grandes globos blancos se sueltan. Las perlas. Entonces necesito aire. Pero cuando intento dar una patada para elevarme, no puedo. No puedo sacar los pies. Mi culo está atrapado.
Los paramédicos de emergencias dirán que cada año cerca de 150 personas se quedan atascadas de este modo, chupadas por la bomba de circulación. Queda atrapado el pelo largo, o el culo, y se ahoga. Cada año, cantidad de gente se ahoga. La mayoría en Florida.
Sólo que la gente no habla del tema. Ni siquiera los franceses hablan acerca de todo. Con una rodilla arriba y un pie debajo de mi cuerpo, logro medio incorporarme cuando siento el tirón en mi culo. Con el pie pateo el fondo. Me estoy liberando pero al no tocar el concreto tampoco llego al aire. Todavía pateando bajo el agua, revoleando los brazos, estoy a medio camino de la superficie pero no llego más arriba. Los latidos en mi cabeza son fuertes y rápidos.
Con chispas de luz brillante cruzando ante mis ojos me doy vuelta para mirar... pero no tiene sentido. Esta soga gruesa, una especie de serpiente azul blancuzca trenzada con venas, ha salido del desagüe y está agarrada a mi culo. Algunas de las venas gotean rojo, sangre roja que parece negra bajo el agua y se desprende de pequeños rasguños en la pálida piel de la serpiente. La sangre se disemina, desaparece en el agua, y bajo la piel delgada azul blancuzca de la serpiente se pueden ver restos de una comida a medio digerir.
Esa es la única forma en que tiene sentido. Algún horrible monstruo marino, una serpiente del mar, algo que nunca vio la luz del día, se ha estado escondido en el oscuro fondo del desagüe de la pileta, y quiere comerme.
Así que la pateo, pateo su piel resbalosa y gomosa y llena de venas, pero cada vez sale más del desagüe. Ahora quizá sea tan larga como mi pierna, pero aún me retiene el culo. Con otra patada estoy a unos dos centímetros de lograr tomar aire. Todavía sintiendo que la serpiente tira de mi culo, estoy a un centímetro de escapar.
Dentro de la serpiente se pueden ver granos de maíz y maníes. Se puede ver una brillante bola anaranjada. Es la vitamina para caballos que mi padre me hace tomar para que gane peso. Para que consiga una beca gracias al fútbol. Con hierro extra y ácidos grasos omega tres. Ver esa pastilla me salva la vida.
No es una serpiente. Es mi largo intestino, mi colon, arrancado de mi cuerpo. Lo que los doctores llaman prolapso. Mis tripas chupadas por el desagüe.
Los paramédicos dirán que una bomba de agua de piscina larga 360 litros de agua por minuto. Eso son unos 200 kilos de presión. El gran problema es que por dentro estamos interconectados. Nuestro culo es sólo la parte final de nuestra boca. Si me suelto, la bomba sigue trabajando, desenredando mis entrañas hasta llegar a mi boca. Imaginen cagar 200 kilos de mierda y podrán apreciar cómo eso puede destrozarte.
Lo que puedo decir es que las entrañas no sienten mucho dolor. No de la misma manera que duele la piel. Los doctores llaman materia fecal a lo que uno digiere. Más arriba es chyme, bolsones de una mugre delgada y corrediza decorada con maíz, maníes y arvejas.
Eso es la sopa de sangre y maíz, mierda y esperma y maníes que flota a mi alrededor. Aún con mis tripas saliendo del culo, conmigo sosteniendo lo que queda, aún entonces mi prioridad era volver a ponerme el short. Dios no permita que mis padres me vean la pija.
Una de mis manos está apretada en un puño alrededor de mi culo, la otra arranca el short amarillo del cuello. Pero ponérmelos es imposible.
Si quieren saber cómo se sienten los intestinos, compren uno de esos condones de piel de cabra. Saquen y desenrrollen uno. Llénenlo con mantequilla de maní, cúbranlo con lubricante y sosténganlo bajo el agua. Después traten de rasgarlo. Traten de abrirlo en dos. Es demasiado duro y gomoso. Es tan resbaladizo que no se puede sostener. Un condón de piel de cabra, eso es un intestino común.
Ven contra lo que estoy luchando.
Si me dejo ir por un segundo, me destripo.
Si nado hacia la superficie para buscar una bocanada de aire, me destripo.
Si no nado, me ahogo.
Es una decisión entre morir ya mismo o dentro de un minuto. Lo que mis padres encontrarán cuando vuelvan del trabajo es un gran feto desnudo, acurrucado sobre sí mismo. Flotando en el agua sucia de la piscina del patio. Sostenido por atrás por una gruesa cuerda de venas y tripas retorcidas. El opuesto de un adolescente que se ahorca cuando se masturba. Este es el bebé que trajeron del hospital trece años atrás. Este es el chico para el que deseaban una beca deportiva y un título universitario. El que los cuidaría cuando fueran viejos. Aquí está el que encarnaba todas sus esperanzas y sueños. Flotando, desnudo y muerto. Todo alrededor, grandes lechosas perlas de esperma desperdiciada.
Eso, o mis padres me encontrarán envuelto en una toalla ensangrentada, desmayado a medio camino entre la piscina y el teléfono de la cocina, mis desgarradas entrañas todavía colgando de la pierna de mis shorts amarillos. Algo de lo que ni los franceses hablarían.
Ese hermano mayor en la Marina nos enseñó otra buena frase. Rusa. Cuando nosotros decimos: “Necesito eso como necesito un agujero en la cabeza”, los rusos dicen: “Necesito eso como necesito un diente en el culo”. Mne eto nado kak zuby v zadnitse. Esas historias sobre cómo los animales capturados por una trampa se mastican su propia pierna; cualquier coyote puede decir que un par de mordiscos son mucho mejores que morir.
Mierda... aunque seas ruso, algún día podrías querer esos dientes. De otra manera, lo que tenés que hacer es retorcerte, dar vueltas. Enganchar un codo detrás de la rodilla y tirar de esa pierna hasta la cara. Morder tu propio culo. Uno se queda sin aire y mordería cualquier cosa con tal de volver a respirar.
No es algo que te gustaría contarle a una chica en la primera cita. No si querés besarla antes de ir a dormir. Si les cuento qué gusto tenía, nunca nunca volverían a comer calamares.
Es difícil decir qué les disgustó más a mis padres: cómo me metí en el problema o cómo me salvé. Después del hospital, mi madre dijo: “No sabías lo que hacías, amor. Estabas en shock”. Y aprendió a cocinar huevos pasados por agua.
Toda esa gente asqueada o que me tiene lástima... la necesito como necesito dientes en el culo.
Hoy en día, la gente me dice que soy demasiado delgado. En las cenas, la gente se queda silenciosa o se enoja cuando no como la carne asada que prepararon. La carne asada me mata. El jamón cocido. Todo lo que se queda en mis entrañas durante más de un par de horas sale siendo todavía comida. Chauchas o atún en lata, me levanto y me los encuentro allí en el inodoro.
Después de sufrir una disección radical de los intestinos, la carne no se digiere muy bien. La mayoría de la gente tiene un metro y medio de intestino grueso. Yo tengo la suerte de conservar mis quince centímetros. Así que nunca obtuve una beca deportiva, ni un título. Mis dos amigos, el chico de la cera y el de la zanahoria, crecieron, se pusieron grandotes, pero yo nunca llegué a pesar un kilo más de lo que pesaba cuando tenía trece años. Otro gran problema es que mis padres pagaron un montón de dinero por esa piscina. Al final mi padre le dijo al tipo de la piscina que fue el perro. El perro de la familia se cayó al agua y se ahogó. El cuerpo muerto quedó atrapado en el desagüe. Aun cuando el tipo que vino a arreglar la piscina abrío el filtro y sacó un tubo gomoso, un aguachento resto de intestino con una gran píldora naranja de vitaminas aún dentro, mi padre sólo dijo: “Ese maldito perro estaba loco”. Desde la ventana de mi pieza en el primer piso podía escuchar a mi papá decir: “No se podía confiar un segundo en ese perro...”.
Después mi hermana tuvo un atraso en su período menstrual.
Aun cuando cambiaron el agua de la pileta, aun después de que vendieron la casa y nos mudamos a otro estado, aun después del aborto de mi hermana, ni siquiera entonces mis padres volvieron a mencionarlo.
Esa es nuestra zanahoria invisible.
Ustedes, tomen aire ahora.
Yo todavía no lo hice.
Tomen tanto aire como puedan. Esta historia debería durar el tiempo que logren retener el aliento, y después un poco más. Así que escuchen tan rápido como les sea posible.
Cuando tenía trece años, un amigo mío escuchó hablar del “pegging”. Esto es cuando a un tipo le meten un pito por el culo. Si se estimula la próstata lo suficientemente fuerte, el rumor dice que se logran explosivos orgasmos sin manos. A esa edad, este amigo es un pequeño maníaco sexual. Siempre está buscando una manera mejor de estar al palo. Se va a comprar una zanahoria y un poco de jalea para llevar a cabo una pequeña investigación personal. Después se imagina cómo se va a ver la situación en la caja del supermercado, la zanahoria solitaria y la jalea moviéndose sobre la cinta de goma. Todos los empleados en fila, observando. Todos viendo la gran noche que ha planeado.
Entonces mi amigo compra leche y huevos y azúcar y una zanahoria, todos los ingredientes para una tarta de zanahorias. Y vaselina.
Como si se fuera a casa a meterse una tarta de zanahorias por el culo.
En casa, talla la zanahoria hasta convertirla en una contundente herramienta. La unta con grasa y se la mete en el culo. Entonces, nada. Ningún orgasmo. Nada pasa, salvo que duele.
Entonces la madre del chico grita que es hora de la cena. Le dice que baje inmediatamente.
El se saca la zanahoria y entierra esa cosa resbaladiza y mugrienta entre la ropa sucia debajo de su cama.
Después de la cena va a buscar la zanahoria, pero ya no está allí. Mientras cenaba, su madre juntó toda la ropa sucia para lavarla. De ninguna manera podía encontrar la zanahoria, cuidadosamente tallada con un cuchillo de su cocina, todavía brillante de lubricante y apestosa.
Mi amigo espera meses bajo una nube oscura, esperando que sus padres lo confronten. Y nunca lo hacen. Nunca. Incluso ahora, que ha crecido, esa zanahoria invisible cuelga sobre cada cena de Navidad, cada fiesta de cumpleaños. Cada búsqueda de huevos de Pascua con sus hijos, los nietos de sus padres, esa zanahoria fantasma se cierne sobre ellos. Ese algo demasiado espantoso para ser nombrado.
Los franceses tienen una frase: “ingenio de escalera”. En francés, esprit de l’escalier. Se refiere a ese momento en que uno encuentra la respuesta, pero es demasiado tarde. Digamos que usted está en una fiesta y alguien lo insulta. Bajo presión, con todos mirando, usted dice algo tonto. Pero cuando se va de la fiesta, cuando baja la escalera, entonces, la magia. A usted se le ocurre la frase perfecta que debería haber dicho. La perfecta réplica humillante. Ese es el espíritu de la escalera.
El problema es que los franceses no tienen una definición para las cosas estúpidas que uno realmente dice cuando está bajo presión. Esas cosas estúpidas y desesperadas que uno en verdad piensa o hace.
Algunas bajezas no tienen nombre. De algunas bajezas ni siquiera se puede hablar.
Mirando atrás, muchos psiquiatras expertos en jóvenes y psicopedagogos ahora dicen que el último pico en la ola de suicidios adolescentes era de chicos que trataban de asfixiarse mientras se masturbaban. Sus padres los encontraban, una toalla alrededor del cuello, atada al ropero de la habitación, el chico muerto. Esperma por todas partes. Por supuesto, los padres limpiaban todo. Le ponían pantalones al chico. Hacían que se viera... mejor. Intencional, al menos. Un típico triste suicidio adolescente.
Otro amigo mío, un chico de la escuela con su hermano mayor en la Marina, contaba que los tipos en Medio Oriente se masturban distinto a como lo hacemos nosotros. Su hermano estaba estacionado en un país de camellos donde los mercados públicos venden lo que podrían ser elegantes cortapapeles. Cada herramienta es una delgada vara de plata lustrada o latón, quizá tan larga como una mano, con una gran punta, a veces una gran bola de metal o el tipo de mango refinado que se puede encontrar en una espada. Este hermano en la Marina decía que los árabes se ponen al palo y después se insertan esta vara de metal dentro de todo el largo de su erección. Y se masturban con la vara adentro, y eso hace que masturbarse sea mucho mejor. Más intenso.
Es el tipo de hermano mayor que viaja por el mundo y manda a casa dichos franceses, dichos rusos, útiles sugerencias para masturbarse. Después de esto, un día el hermano menor falta a la escuela. Esa noche llama para pedirme que le lleve los deberes de las próximas semanas. Porque está en el hospital.
Tiene que compartir la habitación con viejos que se atienden por sus tripas. Dice que todos tienen que compartir la misma televisión. Su única privacidad es una cortina. Sus padres no lo visitan. Por teléfono, dice que sus padres ahora mismo podrían matar al hermano mayor que está en la Marina.
También dice que el día anterior estaba un poco drogado. En casa, en su habitación, estaba tirado en la cama, con una vela encendida y hojeando revistas porno, preparado para masturbarse. Todo esto después de escuchar la historia del hermano en la Marina. Esa referencia útil acerca de cómo se masturban los árabes. El chico mira alrededor para encontrar algo que podría ayudarlo. Un bolígrafo es demasiado grande. Un lápiz, demasiado grande y duro. Pero cuando la punta de la vela gotea, se logra una delgada y suave arista de cera. La frota y la moldea entre las palmas de sus manos. Larga y suave y delgada.
Drogado y caliente, se la introduce dentro, más y más profundo en la uretra. Con un gran resto de cera todavía asomándose, se pone a trabajar.
Aun ahora, dice que los árabes son muy astutos. Que reinventaron por completo la masturbación. Acostado en la cama, la cosa se pone tan buena que el chico no puede controlar el camino de la cera. Está a punto de lograrlo cuando la cera ya no se asoma fuera de su erección.
La delgada vara de cera se ha quedado dentro. Por completo. Tan adentro que no puede sentir su presencia en la uretra.
Desde abajo, su madre grita que es hora de la cena. Dice que tiene que bajar de inmediato. El chico de la cera y el chico de la zanahoria son personas diferentes, pero tienen vidas muy parecidas.
Después de la cena, al chico le empiezan a doler las tripas. Es cera, así que se imagina que se derretirá adentro y la meará. Ahora le duele la espalda. Los riñones. No puede pararse derecho.
El chico está hablando por teléfono desde su cama de hospital, y de fondo se pueden escuchar campanadas y gente gritando. Programas de juegos en televisión.
Las radiografías muestran la verdad, algo largo y delgado, doblado dentro de su vejiga. Esta larga y delgada V dentro suyo está almacenando todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y dura, cubierta con cristales de calcio, golpea y desgarra las suaves paredes de su vejiga, obturando la salida de su orina. Sus riñones están trabados. Lo poco que gotea de su pene está rojo de sangre.
El chico y sus padres, toda la familia mirando las radiografías con el médico y las enfermeras parados allí, la gran V de cera brillando para que todos la vean: tiene que decir la verdad. La forma en que se masturban los árabes. Lo que le escribió su hermano en la Marina. En el teléfono, ahora, se pone a llorar.
Pagaron la operación de vejiga con el dinero ahorrado para la universidad. Un error estúpido, y ahora jamás será abogado. Meterse cosas adentro. Meterse dentro de cosas. Una vela en la pija o la cabeza en una horca, sabíamos que serían problemas grandes.
A lo que me metió en problemas a mí lo llamo “Bucear por perlas”. Esto significaba masturbarse bajo el agua, sentado en el fondo de la profunda piscina de mis padres. Respiraba hondo, con una patada me iba al fondo y me deshacía de mis shorts. Me quedaba sentado en el fondo dos, tres, cuatro minutos.
Sólo por masturbarme tenía una gran capacidad pulmonar. Si hubiera tenido una casa para mí solo, lo habría hecho durante tardes enteras.
Cuando finalmente terminaba de bombear, el esperma colgaba sobre mí en grandes gordos globos lechosos.
Después había más buceo, para recolectarla y limpiar cada resto con una toalla. Por eso se llamaba “bucear por perlas”. Aun con el cloro, me preocupaba mi hermana. O, por Dios, mi madre.
Ese solía ser mi mayor miedo en el mundo: que mi hermana adolescente virgen pensara que estaba engordando y diera a luz a un bebé de dos cabezas retardado. Las dos cabezas me mirarían a mí. A mí, el padre y el tío. Pero al final, lo que te preocupa nunca es lo que te atrapa.
La mejor parte de bucear por perlas era el tubo para el filtro de la pileta y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse allí.
Como dicen los franceses, ¿a quién no le gusta que le chupen el culo? De todos modos, en un minuto se pasa de ser un chico masturbándose a un chico que nunca será abogado.
En un minuto estoy acomodado en el fondo de la piscina, y el cielo ondula, celeste, através de un metro y medio de agua sobre mi cabeza. El mundo está silencioso salvo por el latido del corazón en mis oídos. Los shorts amarillos están alrededor de mi cuello por seguridad, por si aparece un amigo, un vecino o cualquiera preguntando por qué falté al entrenamiento de fútbol. Siento la continua chupada del tubo de la pileta, y estoy meneando mi culo blanco y flaco sobre esa sensación. Tengo aire suficiente y la pija en la mano. Mis padres se fueron a trabajar y mi hermana tiene clase de ballet. Se supone que no habrá nadie en casa durante horas.
Mi mano me lleva casi al punto de acabar, y paro. Nado hacia la superficie para tomar aire. Vuelvo a bajar y me siento en el fondo. Hago esto una y otra vez.
Debe ser por esto que las chicas quieren sentarse sobre tu cara. La succión es como una descarga que nunca se detiene. Con la pija dura, mientras me chupan el culo, no necesito aire. El corazón late en los oídos, me quedo abajo hasta que brillantes estrellas de luz se deslizan alrededor de mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de las rodillas rozando fuerte el fondo de concreto. Los dedos de los pies se vuelven azules, los dedos de los pies y las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.
Y después dejo que suceda. Los grandes globos blancos se sueltan. Las perlas. Entonces necesito aire. Pero cuando intento dar una patada para elevarme, no puedo. No puedo sacar los pies. Mi culo está atrapado.
Los paramédicos de emergencias dirán que cada año cerca de 150 personas se quedan atascadas de este modo, chupadas por la bomba de circulación. Queda atrapado el pelo largo, o el culo, y se ahoga. Cada año, cantidad de gente se ahoga. La mayoría en Florida.
Sólo que la gente no habla del tema. Ni siquiera los franceses hablan acerca de todo. Con una rodilla arriba y un pie debajo de mi cuerpo, logro medio incorporarme cuando siento el tirón en mi culo. Con el pie pateo el fondo. Me estoy liberando pero al no tocar el concreto tampoco llego al aire. Todavía pateando bajo el agua, revoleando los brazos, estoy a medio camino de la superficie pero no llego más arriba. Los latidos en mi cabeza son fuertes y rápidos.
Con chispas de luz brillante cruzando ante mis ojos me doy vuelta para mirar... pero no tiene sentido. Esta soga gruesa, una especie de serpiente azul blancuzca trenzada con venas, ha salido del desagüe y está agarrada a mi culo. Algunas de las venas gotean rojo, sangre roja que parece negra bajo el agua y se desprende de pequeños rasguños en la pálida piel de la serpiente. La sangre se disemina, desaparece en el agua, y bajo la piel delgada azul blancuzca de la serpiente se pueden ver restos de una comida a medio digerir.
Esa es la única forma en que tiene sentido. Algún horrible monstruo marino, una serpiente del mar, algo que nunca vio la luz del día, se ha estado escondido en el oscuro fondo del desagüe de la pileta, y quiere comerme.
Así que la pateo, pateo su piel resbalosa y gomosa y llena de venas, pero cada vez sale más del desagüe. Ahora quizá sea tan larga como mi pierna, pero aún me retiene el culo. Con otra patada estoy a unos dos centímetros de lograr tomar aire. Todavía sintiendo que la serpiente tira de mi culo, estoy a un centímetro de escapar.
Dentro de la serpiente se pueden ver granos de maíz y maníes. Se puede ver una brillante bola anaranjada. Es la vitamina para caballos que mi padre me hace tomar para que gane peso. Para que consiga una beca gracias al fútbol. Con hierro extra y ácidos grasos omega tres. Ver esa pastilla me salva la vida.
No es una serpiente. Es mi largo intestino, mi colon, arrancado de mi cuerpo. Lo que los doctores llaman prolapso. Mis tripas chupadas por el desagüe.
Los paramédicos dirán que una bomba de agua de piscina larga 360 litros de agua por minuto. Eso son unos 200 kilos de presión. El gran problema es que por dentro estamos interconectados. Nuestro culo es sólo la parte final de nuestra boca. Si me suelto, la bomba sigue trabajando, desenredando mis entrañas hasta llegar a mi boca. Imaginen cagar 200 kilos de mierda y podrán apreciar cómo eso puede destrozarte.
Lo que puedo decir es que las entrañas no sienten mucho dolor. No de la misma manera que duele la piel. Los doctores llaman materia fecal a lo que uno digiere. Más arriba es chyme, bolsones de una mugre delgada y corrediza decorada con maíz, maníes y arvejas.
Eso es la sopa de sangre y maíz, mierda y esperma y maníes que flota a mi alrededor. Aún con mis tripas saliendo del culo, conmigo sosteniendo lo que queda, aún entonces mi prioridad era volver a ponerme el short. Dios no permita que mis padres me vean la pija.
Una de mis manos está apretada en un puño alrededor de mi culo, la otra arranca el short amarillo del cuello. Pero ponérmelos es imposible.
Si quieren saber cómo se sienten los intestinos, compren uno de esos condones de piel de cabra. Saquen y desenrrollen uno. Llénenlo con mantequilla de maní, cúbranlo con lubricante y sosténganlo bajo el agua. Después traten de rasgarlo. Traten de abrirlo en dos. Es demasiado duro y gomoso. Es tan resbaladizo que no se puede sostener. Un condón de piel de cabra, eso es un intestino común.
Ven contra lo que estoy luchando.
Si me dejo ir por un segundo, me destripo.
Si nado hacia la superficie para buscar una bocanada de aire, me destripo.
Si no nado, me ahogo.
Es una decisión entre morir ya mismo o dentro de un minuto. Lo que mis padres encontrarán cuando vuelvan del trabajo es un gran feto desnudo, acurrucado sobre sí mismo. Flotando en el agua sucia de la piscina del patio. Sostenido por atrás por una gruesa cuerda de venas y tripas retorcidas. El opuesto de un adolescente que se ahorca cuando se masturba. Este es el bebé que trajeron del hospital trece años atrás. Este es el chico para el que deseaban una beca deportiva y un título universitario. El que los cuidaría cuando fueran viejos. Aquí está el que encarnaba todas sus esperanzas y sueños. Flotando, desnudo y muerto. Todo alrededor, grandes lechosas perlas de esperma desperdiciada.
Eso, o mis padres me encontrarán envuelto en una toalla ensangrentada, desmayado a medio camino entre la piscina y el teléfono de la cocina, mis desgarradas entrañas todavía colgando de la pierna de mis shorts amarillos. Algo de lo que ni los franceses hablarían.
Ese hermano mayor en la Marina nos enseñó otra buena frase. Rusa. Cuando nosotros decimos: “Necesito eso como necesito un agujero en la cabeza”, los rusos dicen: “Necesito eso como necesito un diente en el culo”. Mne eto nado kak zuby v zadnitse. Esas historias sobre cómo los animales capturados por una trampa se mastican su propia pierna; cualquier coyote puede decir que un par de mordiscos son mucho mejores que morir.
Mierda... aunque seas ruso, algún día podrías querer esos dientes. De otra manera, lo que tenés que hacer es retorcerte, dar vueltas. Enganchar un codo detrás de la rodilla y tirar de esa pierna hasta la cara. Morder tu propio culo. Uno se queda sin aire y mordería cualquier cosa con tal de volver a respirar.
No es algo que te gustaría contarle a una chica en la primera cita. No si querés besarla antes de ir a dormir. Si les cuento qué gusto tenía, nunca nunca volverían a comer calamares.
Es difícil decir qué les disgustó más a mis padres: cómo me metí en el problema o cómo me salvé. Después del hospital, mi madre dijo: “No sabías lo que hacías, amor. Estabas en shock”. Y aprendió a cocinar huevos pasados por agua.
Toda esa gente asqueada o que me tiene lástima... la necesito como necesito dientes en el culo.
Hoy en día, la gente me dice que soy demasiado delgado. En las cenas, la gente se queda silenciosa o se enoja cuando no como la carne asada que prepararon. La carne asada me mata. El jamón cocido. Todo lo que se queda en mis entrañas durante más de un par de horas sale siendo todavía comida. Chauchas o atún en lata, me levanto y me los encuentro allí en el inodoro.
Después de sufrir una disección radical de los intestinos, la carne no se digiere muy bien. La mayoría de la gente tiene un metro y medio de intestino grueso. Yo tengo la suerte de conservar mis quince centímetros. Así que nunca obtuve una beca deportiva, ni un título. Mis dos amigos, el chico de la cera y el de la zanahoria, crecieron, se pusieron grandotes, pero yo nunca llegué a pesar un kilo más de lo que pesaba cuando tenía trece años. Otro gran problema es que mis padres pagaron un montón de dinero por esa piscina. Al final mi padre le dijo al tipo de la piscina que fue el perro. El perro de la familia se cayó al agua y se ahogó. El cuerpo muerto quedó atrapado en el desagüe. Aun cuando el tipo que vino a arreglar la piscina abrío el filtro y sacó un tubo gomoso, un aguachento resto de intestino con una gran píldora naranja de vitaminas aún dentro, mi padre sólo dijo: “Ese maldito perro estaba loco”. Desde la ventana de mi pieza en el primer piso podía escuchar a mi papá decir: “No se podía confiar un segundo en ese perro...”.
Después mi hermana tuvo un atraso en su período menstrual.
Aun cuando cambiaron el agua de la pileta, aun después de que vendieron la casa y nos mudamos a otro estado, aun después del aborto de mi hermana, ni siquiera entonces mis padres volvieron a mencionarlo.
Esa es nuestra zanahoria invisible.
Ustedes, tomen aire ahora.
Yo todavía no lo hice.
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