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Por Octavio Martí
El filósofo francés Gilles Deleuze murió el pasado sábado en París,
víctima de las lesiones que se causó al lanzarse por la ventana de su
apartamento en la avenida de Niel. Jubilado desde 1987 y convertido en
profesor emérito, Deleuze tenía 70 años y desde hacía tiempo sufría una
grave insuficiencia respiratoria. Con él desaparece uno de los más
importantes filósofos franceses de este siglo y quizá el más heterodoxo.
Junto a Michel Foucault (muerto de sida en 1984), Louis Althusser
(muerto en 1990, después de haber asesinado a su mujer) o el
situacionista Guy Debord (que también eligió el suicidio), la muerte
violenta de Deleuze se suma a la trágica estadística de la escuela
parisiense. De Deleuze dijo Foucault que era "el único espíritu
filosófico de Francia".
Dentro del panorama del pensamiento contemporáneo francés la figura
de Gilles Deleuze era la de un heterodoxo pues, tal y como ha señalado
Philippe Sulez, "no fue hegeliano, no militó en el Partido Comunista ni
se psicoanalizó".En colaboración con otro desaparecido, Felix Guattari,
publicó, en 1972, El Antiedipo, probablemente su libro más
conocido y cuestionamiento radical del peso de Freud en nuestra cultura
aunque, paradójicamente, admita el componente esquizofrénico que
comporta el filosofar. "No es el deseo el que se convierte en necesidad,
es todo lo contrario: son las necesidades las que se convierten en
deseo", formulaba en este libro.
Su obra había empezado mucho antes, bajo el influjo de Hume, Bergson,
Spinoza y Nietzsche y la dirección de profesores como Georges
Canguilhem y Maurice Merleau-Ponty. Para Deleuze un libro de filosofía
puede convertirse en cierto modo en "una especie de novela de
detectives, de un lado, y de ciencia ficción, de otro". Los conceptos
han de intervenir para resolver situaciones locales.
Su visión del mundo
Nacido en París en 1925, Gilles Deleuze ejerció como profesor desde
1948 en varias ciudades de provincias, luego dividió su tiempo entre
París y Lyon y, desde 1969 y hasta la jubilación, enseñó en París VIII.
En la actualidad colaboraba con la cadena de televisión ARTE, en la que
cuenta su visión del mundo a partir del abecedario. Para Deleuze se
trataba casi de una primera vez. Él era alérgico a las cámaras y a
intervenir en los medios de comunicación. Detestaba la imagen del
"intelectual mediático" y el hecho de haberse interesado por formas de
arte popular como el cine no modifica en nada esa afirmación.Con Félix
Guattari escribió cuatro libros y la pareja se convirtió en un punto de
referencia de la contestación de todas las academias, siempre desde una
perspectiva intelectual, sin confundir el campo político con el de la
ciencia o la investigación. Esa reserva, ese saber mantenerse siempre en
el terreno del campo intelectual y repudiar en la práctica el
"compromiso" clásico de las décadas anteriores, es también una
característica del cambio de época que simbolizan gente como Deleuze o
Foucault, que pueden reivindicar el concepto "perversión".
La curiosidad del filósofo por la música encuentra su mejor plasmación en La lógica del sentido
(1969), un libro escrito a partir de la lógica de la música serial y en
el que también invierte la tradición platónica y sus dualidades
esencia-apariencia, modelo-copia en beneficio de la idea de simulacro,
que "contiene una potencia positiva en la medida en que niega el
original y la copia, el modelo y la reproducción". Deleuze marchó con
este trabajo hacia un esquizo-análisis dentro del cual se lleva cabo una
desarticulación de todos los conceptos básicos de la cultura moderna.
Según él se trata de ver cómo marcha todo, cómo funciona "la máquina".
La obra escrita de Deleuze arranca en 1953, con Empirismo y Subjetividad que, según los especialistas, es importante porque en él elabora por primera vez el concepto de multiplicidad, que luego irá desarrollando. En 1962 publicó Nietzsche y la filosofía y un año más tarde La filosofía de Kant. En 1964 llegó Marcel Proust y los signos
y durante las décadas de los sesenta y los setenta seguirá produciendo
textos con gran regularidad en los que revisa la historia de la
Filosofía a través de sus grandes figuras. Bergson, Bacon, Kafka,
Spinoza, Sacher Masoch y Leibniz son autores que analiza y algunos de
ellos en varias ocasiones y desde prismas distintos. "Un gran escritor
-es siempre como un extranjero en la lengua en la que se expresa, aun si
se trata de su lengua materna", decía Deleuze sobre su interés en el
análisis de algunos de los grandes escritores.
Su sistema de trabajo tampoco era común. Para él filosofar consistía
en trabajar conpeptos como un carpintero trabaja la madera. Cada uno de
sus libros era una creación original. Sus áreas de interés eran amplias y
no se limitaban a los esquemas académicos. Cuando decidía sumergirse en
un tema, cualquiera que fuera, investigaba en profundidad, pero luego
era capaz de olvidarlo por completo. "No me considero un intelectual, ni
tampoco una persona erudita" afirmó hace poco. "Yo no poseo ningún
saber de reserva. A mi muerte no tendré problema. Es una ventaja. No
habrá nada que publicar. No quedará ninguna provisión".
En ningún momento, aunque su enfoque no tuviera nada de tradicional o
incluso cuando abandonaba el campo estricto de los textos de
pensadores, dejó de ser filósofo. No intentó escribir teatro o novela,
no quiso hacer cine o componer música, aunque sus comentarios sobre la
materia son los de un creador. L´image temps (1983) y L'image mouvement
(1985) son, en ese sentido, dos textos capitales y suponen una
renovación total en la manera de enfrentarse al cine, liquidación
definitiva del delirio cientifista que, de la mano de la lingüística, se
había apoderado del análisis de la imagen en movimiento. Otras de sus
obras destacadas son Rizoma o ¿Qué es la filosofía? o Conversaciones (1990), traducido este año en España.
Para los conocedores en profundidad de su obra el libro capital de Deleuze es Diferencia y repetición (1969), en el que invierte el método platónico de la división y en la que adapta a su discurso la idea del eterno retorno y enfrenta diferencia y repetición, un texto en el que se interesa también por el instinto de muerte que atraviesa el hombre.
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