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Constatación brutal del presente

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HV BCH

bob chow y las antenas
por: Hernán Vanoli


La editorial Nudista de Córdoba publicó “El momento de debilidad”, primera y original novela del misterioso multiartista Bob Chow. Su protagonista, Bob Sabbath, es un hombre que vive a bordo de aviones que lo llevan a los confines devastados de la modernidad. Con algo de Carlos Busqued, el realismo extraterrestre de Chow propone, entre otras cosas, cómo fabricar Coca Cola.
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Ilustración: Un Faulduo
Bob Sabbath pierde a su hermosa mujer a manos de un director de cine llamado Damocles, que la convoca para una película experimental y delirante. Bob está enamorado de su mujer, Damocles se la roba, y la traición es doble. Bob quiere recuperar a su mujer y falla. Hasta acá, parecería que hablamos de otra novela de realismo soso en clave teleteatro. Pero eso, la trama, la época, la subcultura urbana, es lo menos importante. Lo importante son los viajes que emprende Sabbath, viajes a los confines de la civilización. Viajes que se narran con el ritmo de una prosa extrañada, de una neutralidad oscura y alienígena. Chow no padece la pereza narrativa ni el culto a la espontaneidad como garantía carismática que con ladrillos de aire construye el imperio de los perezosos sutiles. Chow no reniega de la lengua local, pero también escribe, de a momentos, como si fuera el ventrílocuo de una traducción de las novelas policiales de James Hadley Chase. Por eso “El momento de debilidad” es algo nuevo en la literatura argentina. En base a algunas desprolijidades, parece ser obra de otro Salieri más de César Aira, pero no. La novela de Chow habla de un cambio de eje, una transición donde el realismo estalla ante la fuerza de la devastación. Ni decadencia ni descomposición, dos formas que adquiere la nostalgia de la modernidad vinculada al progresismo, sino más bien centelleos religiosos de lo antimoderno, vinculado al boicot y la defección. ¿Qué hay de real en unas ruinas del futuro? Esta pregunta ambivalente desde su formulación es el cincel que tornea la prosa de Bob Chow. Una ambivalencia vital: Chow no es delirante pero siempre está al borde, no es un drogadicto perdido pero también está en el borde, dice que no hace nada pero hace mucho, propone una literatura donde lo más importante son las preguntas pero narra una historia que mantiene una relación constante y simétrica con el verosímil que construye, y en su forma puede leerse un proyecto literario, o el inicio de un proyecto. La potencia de Chow radica en ese “casi”, en ese “pero”. Chow es y se hace, y cuando es asume que se hace, y cuando se hace, bueno, quizás tomó un poco de ácido fórmico.

Waka Waka
África es la representación territorial donde se cimienta la estética de Chow. África: el patio de atrás de occidente y también de oriente, el lugar donde todas las pesadillas de la modernidad conviven en forma silenciosa y amenazante. Como Kublai Kahn en Las Ciudades Invisibles de Calvino, África es el territorio que Bob Chow elige para cercar a su propia imaginación. Thaití también pero parece África, no es muy diferente, o África parece Tahití. Lo importante es que estos lugares sirven para que Chow haga territorio eso que todos sentimos buena parte del tiempo, y no hablo ya de malestar, sino de una descomposición de la cultura que porta rebrotes de lo arcaico. Música hecha por animales que aprendieron a usar sintetizadores. Leer a Chow es un poco como procastinar por Internet: todo es ágil, hay peñascos de genialidad en frases o ideas, y la sensación de morbo, sorpresa, placer y desertificación es permanente. Pero Chow es al mismo tiempo mejor que estar en Internet: no hay un concierto de egos que mendigan un poco de atención, sino una estética de la incomunicación. En la novela de Chow nadie se comunica: la frontera entre droga y realidad está agujereada. La memoria está digitalizada, pero eso no la hace inmortal: la hace berreta.

Los aviones
Los confines son los protagonistas de la novela de Bob Chow. No hay exotismo ni regodeo en las ruinas, y esa manera de construir el territorio es una de las principales virtudes que tiene “El momento de debilidad”. Porque tampoco hay lugar para lo pintoresco ni para el miserabilismo. Con algo del clima de “El Día de la Creación” de Ballard, esa novela donde los ríos no podían desplegarse por una África maldita. Pero en Ballard la civilización y la barbarie estaban separadas, o por lo menos estaban en pugna. Una contenía a la otra y viceversa, pero había un límite. En Chow más bien hay despojos técnicos, centralizados en la figura del avión. El avión sirve para hacer turismo, pero también es el germen de las más perfectas máquinas de matar, que son las bombas. La bomba atómica se arrojó desde un avión. No habría misiles, no habría drones si no hubiera habido aviones. La novela está llena de aviones, de viajes en avión, y los aviones sobrevuelan a una naturaleza que es violenta y banal. Los aviones son la naturaleza de la técnica. La naturaleza es psicópata como los jaguares, y también es brutal, como las erupciones volcánicas. Pero ambos, naturaleza y aviones, son los dispositivos sobre los que se monta el turismo. Sabbath se aburre en la ciudad, da lo mismo si es Buenos Aires o si es Cannes. Pero también se aburre haciendo turismo, porque todo turismo es turismo sexual si no se comparte, toda relación sexual es turística. No se viaja si no se está buscando nada, pero el turista viaja en busca del turismo, entonces todo se anuda en un agujero negro. “El momento de debilidad” es una novela que intenta rebelarse contra esa entropía tanática del confort.

Cómo fabricar Coca Cola
El nihilismo químico de la novela de Bob Chow encuentra su límite en lo extraterreste. En la novela, lo extraterrestre opera como síntesis entre lo perverso de la técnica y lo sagrado. Ser antena de los extraterrestres –se dice que Bob Chow lo fue, y quizás todavía lo es-, traducir sus mensajes, es transformarse en medium entre las promesas fallidas de la técnica y la creencia en lo trascendente. El problema no es del orden del significante, ni de los equívocos del deseo, sino de la fe. ¿La técnica puede salvar al mundo o ya lo destruyó? ¿Si puede hacerlo, porqué no lo hace? Por fuera de ciertas pavadas conservadores de quienes con un uso banal del psicoanálisis terminan concibiendo al lector como un consumidor de cultura, “El momento de debilidad” siembra también interrogantes en torno a la dimensión política del acto “artístico” en su tensión con los relatos de la historia. ¿A qué versión de la historia adscribimos cuando retratamos una época? ¿Se puede narrar una época desde una linealidad temporal, con una suerte de epistemología fenomenológica? Echemos un vistazo a uno de los films de Damocles que relata Bob Sabbath. La película se llama “Cómo fabricar Coca Cola”:
“El film toca el copamiento guerrillero de La Tablada centrándose en asuntos como que los militares hayan usado fósforo blanco para aplastar la asonada. Abre con apabullantes explosiones del controvertido agente incendiario. Son unos minutos de medusas y monstruos apocalípticos extendiendo sus blancos tentáculos de fósforo en cielos diáfanos. Luego violento corte al camión de Coca Cola, el Dodge 1600 y un Citroen 3CV con gomas lisas con los que un ficticio Nuevo Ejército Argentino ataca la guardia del Regimiento 3 de La Tablada. Todo es relatado por la voz en off de un Testigo de Jehová, quién tiene residencia permanente en el calabozo junto a la guardia atacada por negarse a saludar la bandera. El jefe Gorriarán Merlo ordena la liberación del Testigo de Jehová y de América Latina con seis corchos y una .38. Al Testigo de Jehová le cabe la difícil tarea de explicarle los acontecimientos al espectador. Damocles mete personajes ficticios en algo que no debiera salir del registro documental. Introduce una holandesa de belleza inquietante para hacer de «la puta del guerrillero». Ella bien podría haberse quedado en su patria mascando hachís frente a un bosque de tulipanes. Sin embargo le toca bañarse en su propia sangre en La Tablada, Pcia. de Buenos Aires. Los militares vuelven a capturar a un tal Samojedny a quién en Tucumán ya habían paseado colgando boca a bajo de un helicóptero. El oficial que lo reconoce en La Tablada esta vez le promete el infierno. Damocles concibió este film esperando que el público se levante de la sala lo antes posible.”

Visto en  crisis

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Friday


Mary Jane y Rudy

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Jacques Derrida 2004-2014: “Is my death possible?”
 
Is my death possible?
Can we understand this question? Can I, myself, pose it? Am I allowed to talk about my death? What does the syntagm “my death” mean? And why this expression “the syntagm ‘my death’”? You will agree that it is better, in this case, to name words or names, that is, to stick with quotation marks. On the one hand, that neutralizes an improper pathos. “My death” in quotation marks is not necessarily mine; it is an expression that anybody can appropriate; it can circulate from one example to another.
Aporias by Jacques Derrida, tr. Thomas Dutoit, Stanford: Stanford University Press, [1993] 1993, pp. 221-22.
Jacques Derrida died 10 years ago today, on October 9th, 2004 (see below for additional details about the date). Aporias is a highly interesting essay, not only for its methodological considerations on the ways (and absence of ways) by which it treats various concepts (including those of “method” and “problem”), but also for the very moving meditation on (the impossibility of) death it has to offer. If one agrees that existence is always already coexistence –community, a word Derrida himself was not fond of–, then death and love are likely the two most important experiences anyone has to live.
Toward the end of his analysis, Derrida comes back to the problem presented by “my death” –how can it be my “own” once “I” am no more–, especially in regard to what it means for Heidegger’s controversial modalities of Eigentlichkeit and Uneigentlichkeit, as they were deployed in his existential analytic of Dasein:

For, conversely, if death is indeed the possibility of the impossible and therefore the possibility of appearing as such of the impossibility of appearing as such either, then man, or man as Dasein, never has a relation to death as such, but only to perishing, to demising, and to the death of the other, who is not the other. The death of the other thus becomes again “first,” always first. It is like the experience of mourning that institutes my relation to myself and constitutes the egoity of the ego as well as every Jemeinigkeit in the différance –neither internal nor external– that structures this experience. The death of the other, this death of the other in “me,” is fundamentally the only death that is named in the syntagm “my death,” with all the consequences that one can draw from this. This is another dimension of awaiting [s’attendre] as awaiting one another [s’attendre l’un l’autre], awaiting oneself at death and expecting death [s’attendre soi-même à la mort] by awaiting one another [s’attendant l’un l’autre], up to the most advanced longevity in a life that will have been so short, no matter what.
This nonaccess to death as such –but this access only to the aspect of the border that can only be the threshold, the step, as one says of the approach to the border– is also what Heidegger calls the impossible, the access to death as nonaccess to a nonborder, as the possibility of the impossible. But one can turn what is thus at the very heart of the possibility of the existential analysis against the whole apparatus of Being and Time, against the very possibility of the existential analysis. When Blanchot constantly repeats –and it is a long complaint and not a triumph of life– the impossible dying, the impossibility, alas, of dying, he says at once the same thing and something completely different from Heidegger. It is just a question of knowing in which sense (in the sense of direction and trajectory) one reads the expression the possibility of impossibility.
If death, the most proper possibility of Dasein, is the possibility of its impossibility, death becomes the most improper possibility and the most ex-propriating, the most inauthenticating one. From the most originary inside of its possibility, the proper Dasein becomes from then on contaminated, parasited, and divided by the most improper. (76-77)

There are some discrepancies about the date of Derrida’s death, as if to echoes his thoughts about the impossibility for anyone to experience his ”own” death. Some suggests that he died on October 8th, 2004 (Telerama, l’Humanité, The Economist, Britannica.com, The Guardian), while others suggests that he died on October 9th (Les Inrockuptibles, Le Devoir, Édition Galilée, Philosophie Magazine, Libération, Los Angeles Review of Books, The European Graduate School). This is likely due to the fact that he died during the night of Friday 8th and Saturday 9th of October 2004 (see Le Nouvel Observateur). That being said, both the biographer Benoît Peeters –author of Derrida: A Biography– and the Site Jacques Derrida mention October 9th for the date of his death.

Previously:
Visto en Aphelis

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Thursday


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PS

La vida nos parecerá breve si no hacemos lo que realmente deseamos (sobre un fragmento de Séneca)

¿La vida es breve o somos nosotros quienes la hacemos así? El estoicismo de Séneca, leído a la luz de la importancia que el deseo auténtico tiene en nuestra vida, nos ofrece una respuesta al respecto 

Desde que el ser humano fue capaz de pensar en sí mismo, la existencia ha estado acompañada por la angustia. Puede ser, como entre los hindúes, la angustia de saber que este mundo es sólo una ilusión (maia); la angustia del deseo, como en el pensamiento budista; o esa angustia un poco más familiar para nosotros los occidentales que Heidegger describió tan bien y la cual surge de la oposición entre el Ser y la Nada, la existencia y la finitud.



Somos, pero pronto dejaremos de ser. Teognis de Megara, poeta elegíaco griego, llegó a escribir que “sería mejor no haber nacido o, una vez nacidos, cruzar lo más pronto posible las puertas del Hades”, una respuesta pesimista que también está en el Edipo en Colono de Sófocles (1224-5) y en el encuentro entre el sátiro Sileno y el Rey Midas según lo cuenta Nietzsche; en todos los casos se trata de una reacción a esa angustia que, para algunos, hubiera sido preferible evitar.
Sin embargo, esta no es la única salida. Esa misma angustia, tomada de otro modo, puede ser una inesperada fuente de élan vital. La vida como una carrera contra la muerte y nuestras obras como el dique que construimos con premura ante la ola imparable de la fatalidad.

No es que tengamos poco tiempo de vida, sino que malgastamos mucho de este. La vida es lo suficientemente extensa: se nos otorgó una cantidad suficientemente generosa para conseguir los logros más elevados si fuera todo lo que buscáramos. Pero cuando la desperdiciamos en lujos indolentes y ninguna buena actividad, la frontera final de la muerte nos obliga a darnos cuenta de que la vida transcurrió antes de que nos diéramos cuenta de que estaba transcurriendo. Así es: no se nos dio una vida corta, sino que nosotros la hacemos corta, y no es que se nos otorgue pobremente suministrada, sino que nosotros la desperdiciamos. La vida es larga si sabes cómo usarla.
La posición de Séneca podría sonar cercana a la moral, a ese “debe ser” que por definición es inalcanzable. Sin embargo, no se trata de cambiar una opresión por otra y sustituir la angustia de la muerte por el yugo del deber. Esa, en todo caso, sería la combinación de moral protestante que tan buen suelo encontró en la ideología capitalista del burgués ascendente, la moral que adaptó el trabajo el propósito de la salvación.








seneca_


Es posible que Séneca, en todo su estoicismo, se refiera a otra cosa. O al menos en su pensamiento hay lugar para otras interpretaciones. El desperdicio que denuncia, el “si sabes cómo usarla” que recomienda, puede entenderse fuera de la moralidad y quizá, más bien, cercano al deseo y la autenticidad. ¿Qué tanto esos lujos de los que se queja el estoico es todo eso superfluo que, en última instancia, no somos? Séneca se refiere a riquezas y bienes quizá, ¿pero no son estas cosas que muchas veces buscamos pero no por un deseo propio, sino por una imposición ajena? ¿Y cuánto de lo que somos no es así? Hay quienes creen que la vida respetable se consigue teniendo un auto y una casa, un empleo fijo; ¿pero respetable para quién? ¿No ese un “lujo” que al final de los días puede revelarse vano ante la pesarosa certeza de que no correspondía a la vida que realmente se deseaba?
Entonces puede ser que la sentencia de Séneca admita una paráfrasis:
La vida es larga si sabes cómo desearla.

Visto en pijama surf

 

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