Saturday
Todo el asunto también tiene su cuota de felicidad
porque demuestra que hay una parte del arte, en este caso el arte de la
narración, que es irreductible a datos. Wikipedia, como todo artefacto
de la información, propone fechas, lugares, nombres, comprobables,
refutables, maleables, rectificables. Pero por más fundamentos que se
tenga su límite es el límite de la interpretación, de la lectura,
aquello sobre lo que se ha teorizado tanto y dicho tanto y sobre lo que
vale la pena seguir haciéndolo porque no es algo estático, porque no es
un procedimiento normalizable. ¿Y qué hacemos cuando Leonardo Favio
dice que filma por afuera de los “hechos reales” porque “hay que
respetar el mito”? En el auto, Bart le comenta a Homero que en Wikipedia
leyó que a Dean Martin le gustaba ensayar y que no era verdad que
llegara e hiciera todo en la primera toma. Homero acelera y le contesta
que cuando vuelvan a casa van a cambiar eso. “Cambiaremos eso y
cambiaremos muchas cosas” agrega con seriedad y los dientes apretados.
Wikipedia está muy lejos de ser “la verdad” y muy cerca de aquello que
tragicómicamente llamamos “lo humano”. La idea podría resumirse en el
título de un cuento que todavía, creo, no se escribió: Homero Simpson,
redactor de Wikipedia. El hombre común, en toda la dimensión de
su sordidez y pereza, como constructor de una gran base de datos on
line que emula el formato de viejas y rigurosas enciclopedias.
Martes.
En unos días viajo a Córdoba para participar de la feria del libro. El
viaje me entusiasma, pero me impone reordenar mi ya de por sí lábil
cronograma de lecturas. Y me inquieta un poco el paso necesario por la
terminal de omnibus de Retiro, ese purgatorio de la clase media
argentina, al que solo se asiste afiebrado.
Miércoles. Hoy las aporías de las vanguardias son las aporías de la web.
Jueves.
Ayer, no pudiendo escribir ni leer, salgo a caminar y termino en la
heladería Venecia de la calle Neuquén. Es uno de nuestros primeros días
de cuasi-primavera y lo disfruto sentado en la calle, mirando el barrio y
los autos. Entonces en la vereda de enfrente lo veo pasara Mauro
Libertella hablando por teléfono. Mi primer impulso es saludarlo,
estirar un gesto, un chistido, una palabra, pero viene a buen paso y
habla muy concentrado. Me reprimo y lo observo detenerse en la esquina.
Mientras espera el colectivo 84, que lo va a llevar con seguridad hasta
la redacción de revista Ñ, donde trabaja, sigue hablando. El colectivo
se demora. Mauro no suelta el teléfono. La escena se estira. El habla y
yo lo miro hablar. Finalmente el 84 llega, Mauro sube, el colectivo
arranca y la escena termina. En ningún momento él dejó de hablar ni yo
de espiarlo. Hoy leo en el sitio de la revista una nota suya sobre la
amistad y el intercambio epistolar que mantuvieron Allen Ginsberg y Jack
Kerouac. Al parecer, se escribían con afecto y con sorna, se
criticaban y tocaban muchas veces el tema del dinero. Retengo una frase:
“La pasión y la rabia fueron, para ellos, políticas de la amistad; una
forma de la intensidad que aplicaron en todos los órdenes de la vida”.
Viernes.
Después de una noche de viaje ya estoy en Córdoba. En el micro opté por
revolver los contenidos inestables de mi Kindle. Terminé de leer
algunas cosas que había dejado ahí, esperando. Después me dormí y ahora
estoy escribiendo desde la cocina del departamento dostoievskiano de
Luciano Lamberti. Ya dije varias veces que Córdoba es como Dublín, la
ciudad segunda, la isla de poetas y profetas, de gronchos y doctos. Es
temprano y Lamberti-Dedalus acaba de salir a dar las clases de las que
vive (tengo que preguntarle qué está enseñando ahora.) Y yo, desde
luego, no soy Leopold. Aspiro apenas, para mi gracia o desgracia, a la
picaresca algo bruta de un Buck Mulligan. (De hecho, subo a la terraza,
miro la ciudad y pienso que tendría que afeitarme. “Un cruel,
verbalmente agresivo y bullicioso estudiante de medicina”, así describe
Wikipedia al Mulligan del Ulises. Habría que preguntarle a Roth qué
piensa de esa descripción.)
Viernes más tarde.
Acompañé a Lamberti al taller literario abierto que da en el
neuropsiquiátrico de Córdoba. El día estaba soledado. El edificio,
limpio, lleno de patios y pasillos, parecía un colegio municipal. Ya
desde la mesa de entrada resultaba difícil saber quiénes eran los
internos y las visitas. Lo mismo pasaba en el taller. Alrededor de una
mesa se juntaban unas quince personas. Por la ventana se veía un mural
con un Cristo crucificado, clavado en la cruz con dos jeringas. Arriba
de la cabeza decía: “Perdona a los psiquiatras, Señor, no saben lo que
hacen”. Había una chica muy joven y linda, vestida con un pantalón de
corderoy violeta y una remera pintada a mano. Tenía las uñas sucias de
tierra. Pero era realmente muy linda y me resultaba evidente que venía
al taller como una especie de militancia. Al lado suyo había una mujer
teñida de rubio que contó que la vecina le había envenenado el perro. Un
loco leyó un diálogo entre José y María que reescribía la escena en que
Jesús se pierde en el templo y termina con los sabios. Lamberti me
pidió que leyera parte de una novela vieja que no me gusta, pero tenía
diálogos, y parece que los locos aprecian especialmente los diálogos.
Después, de forma incidental, señalando el buen clima, Lamberti dijo que
odiaba el verano.
- ¿Odia el verano, profesor? - lepreguntó una mujer joven, con dientes especialmente grandes y encías muy visibles.
Lamberti contestó que sí.
- ¿Por qué, profesor? ¿Tiene el cuerpito feo?
La voz de la loca era especialmente aguda, casi hiriente, infantil. Usaba la palabra “puchero”
para referirse a los gays que la obsesionaba. Cuando la clase terminó me vendió un magiclick a veinte pesos.
Sábado.
Feria del libro de Córdoba. Siempre la misma pequeña rutina. Pero como
es ciudad ajena, se disfruta. ¿Y si finalmente mi real aspiración es
convertirme en un intelectual de provincias? Trabajo el tema desde hace
rato, la mística de lo federal, que posibilita ciertos exabruptos, el
juego del heimlich romantico y los distorsiones de la heimat. La paradoja, siempre hay una, es que no hay nada más “provinciano” que el miedo a ser “provinciano”.
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Labels: e, Juan Terranova
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