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JT

La vida es así, no la inventado Scott

por John Tones

Prometheus
Ridley Scott
2012
Como culminación de una de las mejores escenas de Prometheus, el cuerpo de uno de los personajes recibe una cicatrización de urgencia de la forma más tosca y analógica posible. No es disparatado preguntarse si Ridley Scott verá un poco así su película: un monstruo de Frankenstein («El moderno Prometeo» se subtitulaba aquello, ¿eh?, poca broma) que vive en permanente conflicto consigo mismo. El espectador puede ver entre las costuras de la película no solo algo de su conflictivo y accidentado proceso creativo (mucho antes de titularse Prometheus pasó de precuela oficial de Alien, con Ripley incluída, a un derivado en el que no se ha perdido ocasión de recordarnos que no es exactamente parte de la franquicia, sino que smplemente «comparte el ADN de Alien»). El resultado transmite perfectamente esa tensión entre partes y materiales previos y si bien Prometheus se esfuerza continuamente por no mencionar palabras como «alien», «xenomorfo» o«space jockey», no tiene problemas en mostrar a la corporación Weyland (un elemento demoniaco y omnipresente desarrollado en más profundidad en los comics de Dark Horse, de los que no imagino muy fans a Scott o Lindelof) o, más sutilmente, en imitar la estructura de guion y los tics ambientales del primer Alien (echamos de menos a Jones el gato, eso sí). En cualquier caso, la criatura anda. Y de qué manera: los elementos de horror tradicional (la scream queen agarrando un hacha supone una reverencia a un icono que no me esperaba, la verdad) se funden con la ciencia ficción tradicional con la naturalidad que tan bien funciona en toda la serie, incluso en sus entregas más flojas. Y llegan a entrar bienvenidos elementos de hard sci-fi inauditos en la franquicia, o se recuperan ideas presentes solo en la primera y la cuarta entrega, y que lindan con las tesis de la Nueva Carne.
Porque si hay algo que hace indisociable a Prometheus de la franquicia y que entronca, como dice Scott, con el perverso ADN de la entrega fundacional, son sus ditirámbicas teorías sobre La vida y cómo ésta se origina y, sobre todo, cómo se abre paso (entendamos eso último en sentido literal). Scott y Lindelof han tramado una precuela que funciona para dar respuestas que nunca pedimos, pero que bien está que lleguen (qué son los space jockeys y qué relación tienen con los xenomorfos, básicamente), pero también para fundar una mitología paralela e independiente a la saga madre. Sin duda su aportación más interesante es su desesperanzada tesis de la existencia como un accidente vírico, viscoso y violento, en una visión del cosmos a la que se le ha extirpado tanto la esperanza religiosa como la fe más elemental en los valores de nuestra especie. El resultado es un discurso que tiene mucho en común con la admiración que Ash, el androide de Alien, sentía hacia el monstruo, solo que aquí, como no hay monstruo (aunque sí hay androide, y nada sorprendentemente es el personaje con el que más sencillo se hace empatizar), todo queda en una incómoda fascinación por los procesos de creación de vida artificial y la búsqueda de un dios que luego resulta que no era para tanto. Recordemos que Prometeo era el héroe de la mitología clásica que se atrevía a rechistar a los dioses, y ese es un poco el proceso de desmitificación que siguen los personajes, y el espectador con ellos.
La película de Scott, aún teniendo en su haber, como minimo y para empezar, su buena docena de planos absolutamente memorables y antológicos, está lejos de ser perfecta: hay personajes que queriendo ser complejos solo son arbitrariamente enigmáticos y desconcertantes; el secreto de la película tiene las patas muy cortas y, por extraño que parezca, es demasiado fiel a la mitología alien como para resultar sorprendente (a veces se echa de menos la locura que llevó, no sé, digamos, a hacer que Aliens vs. Predator 2 estuviera más cerca de Contaminación: Alien invade la tierra que de la serie madre); y los dos personajes que disparan la acción tienen actitudes contradictorias y que conducen la acción de forma algo mecánica. Hasta uno de los elementos más interesantes de la trama, el androide, toma a veces decisiones arbitrarias que no se pueden explicar ni aludiendo a su naturaleza sintética, y que solo existen por culpa de un guion ocasionalmente perezoso (o masacrado en la sala de montaje). Pero nada de eso empaña la impresión final de una película que pese a que cojea y enseña sus costuras con demasiada desvergüenza como para ser ignoradas, no tiene miedo a recurrir a gloriosos monigotes de plástico viscoso al mejor estilo Xtro, ni a golpear al espectador con incómodos y generosos planos de genitalia alien, ni a salpimentar una historia que es pura serie B de toda la vida (si hasta los trajes son clavados a Terror en el espacio, el peliculón de Mario Bava que, para empezar, fue plagiado por Alien en su día), camuflada eso sí tras bellísimos planos de cascadas extraterrestres, amaneceres ante cuatro soles y fascinante palabrería científica. Un prometeo de influencias tan impulsivo, agresivo, irregular y satisfactorio como debe serlo para plantar cara a los dioses.


Visto en inferno

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