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ROBERT WALSER by WALTER BENJAMIN
Podemos leer muchas cosas de Robert Walser,
pero nada sobre él. Pues nada sabemos sobre los pocos de nosotros que consiguen tratar las obras populares como
ellas deben ser tratadas: no como quien pretende ennoblecerlas, “elevándolas”
hasta su nivel, pero como quien explora su modesta disponibilidad, para de ella
extraer elementos vivificantes y purificadores. Solamente pocos sospechan del
significado de esa “pequeña forma”, como la llamó Alfred Polgar, y ven cuantas
esperanzas, volando, como mariposas, de las alturas orgullosas de la llamada
gran literatura, se refugian en esa flor humilde. Y los otros no desconfían de
lo que deben a un Polgar, a un Hessel, a un Walser, con sus flores tiernas o
espinosas brotando en la desolación de los follajes. Robert Walser sería el último
en despertar su interés. Porque los primeros impulsos de su mediocre saber
oficial, lo único de que disponen en cuestiones literarias, os aconsejarían, en los géneros cuyo
contenido ellos consideran nulo, a atenerse, sin grandes riesgos, a la forma “cultivada”,
“noble”. Ora, ocurre justamente en Robert Walser , en el inicio, una
negligencia insólita, difícil de describir. Solo al final del examen de la obra
de Robert Walser muestra que su nulidad
tiene un peso, que su inconsistencia significa tenacidad.
Ese examen no es fácil. Pues estamos habituados
a estudiar los enigmas del estilo a partir de obras de arte más o menos
estructuradas e intencionales, al paso que Walser que nos confronta con una
selva lingüística aparentemente desprovista de toda intención y, no obstante,
atrayente y hasta fascinante, una obra displicente que contiene todas las
formas, desde la graciosa hasta la
amarga. Dijimos “aparentemente” . Mucho se discutió sobre esa ausencia de
intención. Pera esa es una disputa de sordos, que se torna evidente cuando
pensamos en la confesión de Walser de que él jamás corrigió una sola línea en
sus escritos. No es indispensable dar crédito a esa afirmación, pero tal vez
fuese útil hacerlo. Porque nos tranquilizaríamos con la descubierta de que
escribir y jamás corregir lo que fue escrito constituye la más completa
interpenetración de una extrema ausencia de de intención y de una intencionalidad
superior.
Bien.
Pero eso no nos impide de investigar las razones de esa negligencia.
Ella contiene todas las formas, como ya fue dicho. Agregamos ahora: excepto una
sola, la más común, para la cual solo
importa el contenido, y nada más. Para Walser, el como del trabajo es tan importante , que para él todo lo que tiene para decir
retrocede totalmente delante de la significación de la escritura en sí misma. Podemos
decir que le contenido desaparece en el acto de escribir. Esta idea precisa ser
explicada. Encontramos en este autor
algo de eminentemente suizo: el pudor. Cuéntase que Arnold Böcklin, su
hijo Carlo y Gottfried Keller estaban un día sentados en un café, como
acontecía habitualmente. La mesa ocupada por ellos ya era conocida por su laconismo de sus ocupantes. También
esa vez reinaba el silencio. Después de mucho tiempo, el joven Böcklin observa:
“Hace calor”, y después de un cuarto de hora el padre comenta: “Y no hay viento”.
Keller, a su vez, espera un tiempo más y se levanta: “No puedo beber con esos
charlatanes”. La característica de Walser, ilustrada por esta anécdota
excéntrica, es justamente ese pudor lingüístico, típicamente campesino. No bien
empieza a escribir, se siente ya desesperado. Todo le parece perdido, una
cascada de palabras irrumpe; en esa, cada frase tiene como única función hacer que las anteriores sean olvidadas.
Cuando, en un trecho escrito con mucho virtuosismo, transforma en prosa el monólogo:
“Por ese camino DE ARCADAS él debe llegar”, Walser comienza con las palabras
clásicas: “Por ese camino de arcadas”;
pero enseguida es asaltado por el pánico, siéntese inseguro, pequeño,
perdido, y continua: “Por ese camino de
arcadas, creo que él debe llegar”.
En el estilo de Walser, hay algo semejante. Esa
inepcia tan artística y tan púdica en el manejo del lenguaje es el patrimonio de
los histriones. Si Polonius, el prototipo del charlatán, es un jongleur, Walser se adorna, báquicamente,
con guirnaldas lingüísticas, que provocan su caída. De hecho, la guirnalda es
el símbolo de sus sentencias. Pero el
pensamiento que tambalea atrás de ellas es un desocupado, un vagabundo y un
genio, como los héroes en la prosa de Walser. Al final, el solo consigue
describir “héroes”, no sabe librarse de los personajes principales, y dejo de
intentarlo en sus tres primeras novelas, para consagrarse desde entonces, única
y exclusivamente a describir las cofradías, con sus centenas de vagabundos
favoritos.
Como se sabe, existen en la literatura de
lengua alemana algunas grandes versiones
del héroe fanfarrón, insoportable, perezoso y corrupto. Hace poco fue festejado
un maestro en la construcción de esos personajes, Knut Hamsun. Otros ejemplos
son Eichendorff, con su Taugenichts
(El hombre que no servía para nada), y Hebel con su Zundelfrieder. ¿cómo se comportan en esa compañía los personajes de
Walser? ¿Y de dónde vienen ellos? Sabemos
de donde viene el “hombre que no servía para nada”. El viene de los bosques y
valles de Alemania romántica. El Zundelfrieder
viene de la pequeña burguesía ilustrada de las ciudades renanas, en el
cambio
de siglo. Los personajes de Hamsun vienen del mundo primitivo de los
fiords:
hombres que se vuelven caminantes por nostalgia. Y los de Walser? ¿Tal
vez de las
montañas del Glarner? ¿De los prados de Appenzel, donde nació? Ellos
vienen de
la noche, cuando ella está más oscura, una noche veneciana, si se kiere,
iluminada por las precarias lámparas de la esperanza, con un cierto
brillo festivo
en la mirada, pro confusas y tristes a punto de llorar. Su llanto es
prosa. El
sollozo es la melodía de los charlatanes de Walser. El sollozo nos
muestra de
donde vienen sus amores. Ellos vienen de la locura, y de ningún otro
lugar. Son
personajes que tienen la locura detrás de sí, y por eso sobreviven en
una superficialidad tan despedazadora, tan deshumana, tan
imperturbable.
Podemos resumir en una palabra todo lo que en ellos se traduce en
alegría e
inquietud: todos ellos están curados.
Pero no comprenderemos jamás cómo se
proceso esa cura, a menos que nos aventuremos en su (Blancanieves) "Schneewittchen", una de las más profundas creaciones
de la literatura moderna, que bastaría para entendernos porqué Walser,
aparentemente el menos riguroso de los escritores, fue el autor favorito del
implacable Kafka.
Todos perciben que esas narraciones son
extraordinariamente tiernas. Pero no todos perciben que ellas no están movidas
por la tensión nerviosa de la decadencia, y si por el estado de : el encuentra
el flujo de su sangre renovada en el murmullo de los riachos, y su respiración
más vigorosa en el farfullar de los árboles. Los personajes de Walser comparten
esa nobleza infantil con los personajes de los cuentos de hadas., que también irrumpen
desde la noche y la locura- del mito. Acostumbrase a decir que un despertar
semejante ocurre en las religiones positivas. Si eso es verdad, el fenómeno no
se dio de forma simple e inequívoca, como ocurre en las grandes confrontaciones
profanas con el mito, descritas por los cuentos de hadas. Naturalmente, los
personajes de esos cuentos no son en todo semejantes a los de Walser. Ellos aun
luchan por liberarse del sufrimiento. Walser comienza donde los cuentos de
hadas terminan. “Y si no murieron, viven aun hoy”. Walser muestra como ellos viven. Sus creaciones, y con
eso quiero terminar como él comienza,
son narrativas, ensayos, poesías, pequeños textos de prosa , y otras.
1929
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